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El progreso como exigencia

Todos los partidos han pasado por alto que Pedro Sánchez ha expuesto un programa socialdemócrata de notable coherencia, en tiempos de crisis de esa corriente

ANTONIO ELORZA

Lunes, 22 de julio 2019, 23:33

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Las nieblas sobre la investidura han gravitado sobre la sesión de ayer. Una vez pronunciado el veto a la presencia de Pablo Iglesias, contrarrestado por éste con una hábil retirada, el camino del nada fácil acuerdo parecía entreabierto. En ese marco, Pedro Sánchez ha optado por plantear un programa minucioso, elaborado con rigor en directrices y números, dejando a los demás partidos presentes la tarea de tomar posición ante tales ofertas. Solo que, según cabía esperar, iban a otra cosa.

Por eso han pasado por alto que Pedro Sánchez ha expuesto un programa socialdemócrata de notable coherencia, en tiempos de crisis de esa corriente. Este es su principal valor: en sus palabras, no se trata de apuntalar un edificio amenazado de ruina, sino de plantear que una política profundamente reformadora, y ahí las seis líneas de actuación definidas son de una claridad innegable. La ofensiva en curso del machismo criminal requiere una dura respuesta legal, policial y cultural, lo mismo que la persistencia de una brecha salarial desfavorable para la mujer. El agravamiento de la desigualdad que ha acompañado a la crisis sigue sin ser superado al volver el crecimiento. Hace falta un nuevo Estatuto de los trabajadores, otro «contra la violencia de género», poner freno al fomento del odio, a la desprotección de la infancia. En la línea de su defensa del « irreversible Madrid Central », Sánchez ha reconocido la necesidad de actuar a fondo en el interior de España, respondiendo tanto a llamadas internacionales como a las de una situación crítica que solo se abordó positivamente allí donde Gobiernos locales han roto el tabú del imperio del automóvil.

Hay puntos débiles y los vacíos, en cuanto a la financiación autonómica y, sobre todo, al déficit en el fondo de pensiones. Faltan precisiones en el orden fiscal: progresividad, impuesto sobre sociedades. Y sobre Venezuela. No tanto en torno al problema catalán, hábilmente incluido en la reflexión sobre Europa.

El tratamiento de temas como la política de género, la transición ecologista, la elevación del salario de los trabajadores y la defensa de la contratación indefinida, son otros tantos puntos claves, a los que se unen las dimensiones proyectivas, en las cuales enlazan la política económica de expansión del empleo con sostenibilidad e igualitarismo, la respuesta a un reto de naturaleza nada retórica, el de una digitalización que obliga a un esfuerzo de renovación en la formación de la mano de obra y, en fin, la difícil tarea de fortalecer a Europa desde España. La doble apuesta, por la digitalización y por una creciente cohesión europea, actitud ya puesta de relieve en la gestión de los últimos meses, es el signo de una socialdemocracia que mira al futuro, y que por desgracia sus oponentes de derecha ignoran en cuestiones que debieran compartir. En especial, un Ciudadanos encerrado en si mismo. Ni siquiera se ha prestado la menor atención a la razonable propuesta de reforma del artículo 99 de la Constitución, para garantizar que en lo sucesivo no se repita el actual bloqueo.

Claro que de nada sirve contar cosas, si el otro permanece ciego y sordo. «Macedonia de generalidades», «no ha dicho nada», «un gran vacío», «qué ha venido usted a hacer aquí», «quién es usted realmente», «trampantojo electoralista», «popurrí», «sesión de impostura», «amenaza de parálisis institucional», son las calificaciones que el líder del PP ha endosado desde sus primeras palabras al candidato. Casado se traía ya redactada lo esencial de su falsa réplica. Exhibió un museo de horrores poco justificado en cuanto a la economía, y sobre todo la denuncia del silencio sobre Cataluña, con una serie de imputaciones sobre las medidas a adoptar -las del PP lógicamente- y las alianzas con los independentistas («juego de trileros»). Para terminar dibujando un estado de la cuestión apocalíptica en Cataluña, donde no falta la errónea calificación del Estatut como inconstitucional (sic) del que se deriva la acusación de complicidad con los secesionistas. No atendió a la advertencia de Sánchez sobre el coste que este tremendismo españolista representa para el propio PP, sin representación prácticamente en Cataluña y en Euskadi. Una vez subido a la parra, Casado aludió a ruptura de España. Malos presagios, como Sánchez intentó recalcar en su última réplica a Casado, invocando su reponsabilidad de dejar a España sin un firme Gobierno, en los días de la sentencia del procés y de la puesta en práctica de un 'brexit' sin acuerdo.

Ciudadanos se limitó a pujar en radicalismo con el PP, jugando en todo momento con un vocabulario ofensivo contra Sánchez «y su banda» la cual, a su juicio, «quiere liquidar España». El «plan Sánchez» es «puro teatro». Quienes se oponen a él son llamados «fascistas» (sic). Rivera ha prescindido de la moderación en palabras e ideas que le hiciera ascender como líder político. Su denuncia del sistema de poder vigente en el «plan Sánchez», encierra solo una novedad: la recuperación del término peyorativo de «enchufismo», etiqueta sacada del baúl de los cadáveres del discurso derechista en la Segunda República. Faltaba Franco, y al final apareció la crítica de la exhumación. «¡¡Sí a España!!». La deriva de Cs hacia Vox es demasiado lógica.

Por fin, los múltiples portavoces de Unidas Podemos siguieron a su modo la línea general: más allá de exigir el Gobierno de coalición y enumerar las propias reformas, no prestaron la menor atención al programa de Pedro Sánchez. Salvo para atacar la reforma del 99 de la Constitución y la llamada de Sánchez a la abstención de la derecha. El diputado catalán echó un velo sobre su independentismo, pero reivindicó el 1-0. En suma, vulgata progresista sobrevolando la realidad; algo distinto del progreso como exigencia, contenido en el «plan Sánchez». Y ataque a degüello.

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