Una comida cualquiera. Todas las comidas. Afganistán es ahora la conversación de cada día. Mientras comemos langostinos de Sanlúcar, acedías o carne mechada, que si ... los talibanes, que si menudo desastre, que las culpas de Bush, Obama, Trump o Biden. Que si los chinos y los rusos están frotándose las zarpas. Hay que reconocer el prestigio de los talibanes. Es como el de los nazis. No sólo son malos, son malos titulares. También podríamos hablar de Tigray. He crecido con los niños etíopes de barriga hinchada rodeados de moscas. Eran de allí. Y se vuelve a lo mismo. 900.000 personas (100.000 niños) se enfrentan a otra hambruna. Prefiero ser mujer en Afganistán que en Tigray, donde se viola más. Los soldados etíopes y eritreos (estos peores) son muy de violar mujeres y niñas en grupo, por turnos, haciendo cola, delante de las familias. Un arma de guerra de toda la vida. Seguiremos comiendo langostinos, pero dejaremos de hablar de Afganistán.
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