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Posverdad: más allá de los bulos

Las mentiras ya no son algo a ocultar o minimizar públicamente, sino que va apareciendo una actitud de defensa sin tapujos de informaciones distorsionadas

juan a. nicolás

Sábado, 28 de marzo 2020, 22:55

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En este 'Día Internacional del derecho a la verdad' se plantea cuál es el alcance de la mayor impugnación que la verdad sufre hoy, a saber, la 'posverdad'. ¿Se trata de un fenómeno pasajero o síntoma de malestar en la cultura? Sobre el alcance de este complejo fenómeno se han hecho diagnósticos de lo más variado. Desde que se trata «de la mentira (bulos, manipulación, propaganda) de toda la vida» hasta que estamos en «la era de la posverdad». Ambos diagnósticos resultan inadecuados, no por erróneos sino por unilaterales.

Posverdad es fundamentalmente una actitud respecto al valor y alcance de la verdad en nuestra vida cotidiana e intelectual. Pero si verdad y mentira siempre han estado presentes y emparentadas a lo largo de la historia de la humanidad, ¿por qué resurge ahora con fuerza esta actitud posverdadera hasta invadir los diversos medios de comunicación y de difusión de información? Si se ha llegado hasta ahí quiere decir que ha entrado en nuestras vidas. Hasta el punto de que en una situación tan excepcional como la presente, en la que el poder de lo real se manifiesta en toda su crudeza, hay quien se dedica a difundir falsas informaciones. Un ejemplo: «Defensa desmiente el bulo de la fumigación de aviones sobre ciudades españolas por la noche (IDEAL, 18-3-20). Esta actitud es unánimemente rechazada por lo que tiene de falta de respeto a la verdad y, en consecuencia, a las personas-lectores.

Esto es indicio de que algo ha cambiado respecto a las tradicionales mentiras o bulos. Ya no son algo a ocultar o a minimizar públicamente, sino que va apareciendo una actitud de defensa sin tapujos de informaciones distorsionadas o de interpretaciones claramente falsas. Es el desembarco social de la relatividad de la verdad, tanto tiempo defendida por determinadas corrientes filosóficas. Esta generalización de la actitud posverdadera es un cambio muy relevante que impide identificarla simple y llanamente con «la mentira de toda la vida».

Por otro lado, el diagnóstico polarmente opuesto de que estamos en «la era de la posverdad» es igualmente inexacto. Al menos en el sentido radical de que la noción de verdad ha quedado, en algún modo, superada o relegada a un segundo plano. Sigue habiendo instancias en las que la verdad sigue siendo explícitamente irrenunciable: ¿se imaginan que alguien difundiera un producto como vacuna contra el coronavirus sabiendo que no lo es en realidad? A nadie se le ocurriría apelar a lo relativo de la verdad como justificación. Estamos pues en una era de coexistencia entre verdad vivida y posverdad masivamente difundida. Dada la transversalidad de este fenómeno, que afecta a todo tipo de saberes y a toda clase de personas, un análisis riguroso requiere atender al menos a ocho dimensiones que confluyen en el mismo: dimensión psicológica (psicología de la mentira, desbordamiento de información), dimensión lingüístico-comunicativa (análisis de la argumentación, fiabilidad del mensaje y del emisor), dimensión tecnológica (maquinalización de la comunicación, control del flujo de información), dimensión social (constitución de la opinión pública, pluralidad de emisores de información), dimensión histórico-literaria (reconstrucción rigurosa y crítica del pasado), dimensión jurídica (derecho a la verdad, derecho de información y expresión), dimensión política (control de la información circulante, manipulación de las instituciones, intereses públicos/privados, multipolaridad del poder), dimensión pedagógica (ejemplaridad de los líderes sociales, diversidad de instituciones sociales educadoras). La radicalización de este análisis multipolar conduce hasta las raíces mismas de la racionalidad y de la acción social. Ahí se encuentran problemas como la reducción instrumental de la racionalidad y la consiguiente mercantilización utilitarista del saber. En este nivel se toca ya el fondo de la actitud posverdadera, donde aparecen cuestiones antropológicas, epistemológicas y éticas del problema.

Todo este complejo fenómeno, en la medida en que pone en cuestión uno de los pilares de la vida racional como es la verdad, debilita la posibilidad de una vida creativamente humana. Sin racionalidad no hay humanidad. La verdad, lo mismo que la libertad, no viene de fábrica, sino que hay que trabajársela hasta convertirla en liberación personal y colectiva. Continuamente estamos poniendo en juego verdades y/o mentiras. Por eso, en cuanto seres sociales y racionales todos estamos ineludiblemente inmersos de hecho en el campo de batalla de la lucha por la verdad. No caben neutralidades.

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