Ando estos días patidifuso ante el trágala del Partido Socialista con los dos candidatos al Tribunal Constitucional propuestos por el Partido Popular. Soy consciente de ... la pertinaz trapacería de los de Pablo Casado, rayana con la naturaleza antisistema de sus primos hermanos de la ultraderecha. También estoy avisado del peligro que supone el enquistamiento de la provisionalidad en instituciones democráticas tan básicas como -además del propio Constitucional- el Consejo General del Poder Judicial, el Tribunal de Cuentas o el Defensor del Pueblo, provocado sin lugar a dudas por el PP, temeroso ante el oscuro horizonte de procedimientos judiciales que lo cercan. Y, por tanto, no me cabe duda de que su renovación puede justificar cualquier sobreesfuerzo de quienes muestran más interés en tal empresa.
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Pero, ¿no había más aspirantes de reconocido prestigio en el espacio jurídico conservador que Enrique Arnaldo y Concepción Espejel? ¿Cuál es la táctica de los Populares, además del descrédito y la provocación continua al adversario político? Porque ya me dirán ustedes qué más ha de hacer el jurista Arnaldo para que no se le atribuya la más mínima imparcialidad. Como muestra, recordaré que se vio obligado a declarar como imputado en el caso 'Palma Arena' acusado de ayudar a Jaume Matas a blanquear dinero -caso archivado por prescripción, o que fue grabado en la operación 'Lezo' conversando con el expresidente madrileño, Ignacio González –condenado por corrupción-, sobre un posible relevo en la Fiscalía General que favoreciese sus intereses. Todo el mundo pudo escuchar cómo le decía esto a González: «estoy moviéndome para que el nuevo que sustituya a esta señora -en referencia a la exfiscal general Concepción Madrigal– sea bueno». Por su parte, la 'querida Concha', como llamó a Espejel Dolores de Cospedal al darle la cruz de San Raimundo de Peñafort, fue elegida miembro del CGPJ con el decidido apoyo del PP aun siendo la candidata menos votada por el Senado. Tanta era su afinidad con esta formación política que fue recusada como presidenta del tribunal que iba a enjuiciar el caso 'Gürtel'.
Claro, dadas las sucesivas encuestas de los últimos meses, el Partido Popular ha entendido que nada de lo que haga le va a costar el más mínimo rédito electoral. Que a sus posibles votantes les va la marcha del absurdo, como ya se pudo comprobar en la Comunidad de Madrid. Que el 'trumpismo' tiene premio allá donde se practica. Tanto, que podemos suscribir punto por punto lo que dijo hace unos días el aclamado novelista estadounidense Jonathan Franzen: «I have lost faith in progress and the power of reason» –«he perdido la fe en el progreso y en el poder de la razón»–. Hoy mandan los argumentos forjados en las vísceras, los que triunfan en las redes sociales y que, en la mayoría de los casos, chocan con cualquier análisis racional. Deriva que, por desgracia, ha escogido el centro derecha para luchar en el mismo barro de la ultraderecha, caladero de votantes a los que tanto da ocho que ochenta si de lo que se trata es de acabar con cualquier ambición progresista.
Por fortuna, aún hay en el espacio político conservador –entre demócratas, claro está- gentes con criterio que luchan de puertas para adentro por hacer valer las meninges. Prestigiosos políticos como Nuñez Feijóo, García-Margallo, José Luis Ayllón, Borja Sémper, José María Lassalle o, incluso, Moreno Bonilla forman, junto a otros y otras, una avanzadilla contra esa estrategia de alocado frentismo. Por qué no decirlo, la lucha se debate entre el alma intelectual y liberal democristiana, pegada a la Europa más avanzada, y ese fantasma del terruño patriótico y casposo que siempre persigue a esta formación, dadas sus indudables conexiones con la dictadura franquista y el nacionalcatolicismo. Una contienda interna que, por ahora, ganan por goleada los de este último bando, liderados por el delfín de Aznar y la heredera de Aguirre, criados y bendecidos por ellos a todos los niveles.
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De este combate interno depende buena parte del futuro de todo un país. Porque la muy democrática alternancia en el poder necesita de referentes plenamente identificados con los valores consagrados en nuestra Constitución. Con todos ellos, claro. Y con las instituciones democráticas, columnas que, sobre la base de la Carta Magna, sujetan todo el edificio de nuestro Estado Social y Democrático de Derecho. No caben en esta arquitectura, al tiempo tan sólida y delicada, sujetos que a todas luces la socavan. Porque, ya saben, la razón nos dice que, si es blanca y tiene forma de hormiga, es una termita.
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