La segunda acepción de cosificar según el diccionario de la Real Academia, «Reducir a la condición de cosa a una persona», es una triquiñuela psicológica ... para inhibir la empatía y no sentir, ni reaccionar, ante el dolor de un semejante. Precisamente porque reducimos a nuestro susodicho semejante a categoría de animal sin alma. Es la argumentación perversa que empleaban los esclavistas que traficaban, compraban, vendían y deslomaban a golpes a sus trabajadores negros. Si, total, no eran personas. Es, también, psicopatías aparte, la manera de tratar de explicar (como si tuviera explicación) qué pasa por la mente colectiva de un grupo étnico que decide que es superior a los demás y se dedica a masacrar a los que considera inferiores: judíos, gitanos, homosexuales.
Digo todo esto a cuenta de la polémica que se ha desatado a raíz de un par de declaraciones de personajes públicos sobre «los pobres». Expresado así, «los pobres», como raza aparte, casi como marcianos recién aterrizados en el planeta Tierra, definidos por, y definiendo a sus contrarios, «los ricos». No sé si eso podría considerarse cosificar, pero, desde luego, es una generalización que, en mi opinión, persigue el mismo objetivo de no ponerle cara, ojos, sentimientos, a una realidad en la que viven unas 4.700 millones de criaturas, más del 70% de la población mundial.
Anestesiamos, y nos meteremos todos, nuestra humanísima y maravillosa capacidad de ponernos en la piel del otro mediante estrategias para no sentirnos mal por pasar de largo sin que nos salpique. Disponemos de más herramientas para conseguirlo, además de la cosificación la generalización. Tenemos, por ejemplo, frases como «Está en la calle porque quiere», «Que se ponga a trabajar», «Es un drogadicto» (aquí sustitúyase drogadicto por borracho, que también vale). Como si ser pobre, vivir en la calle o haber quedado excluido de la sociedad fuera una especie de castigo por sus pecados y culpas. Como nosotros somos muy buenos, no nos ocurrirá nunca.
Pero es que incluso este argumento de «Se lo ha buscado» con el que adormecemos el alma cuando vemos a alguien tirado en una acera empuñando un brick de vino barato se nos viene abajo cuando nos enfrentamos a los pobres de nuevo cuño: personas trabajadoras que ni se drogan ni beben, con hijos escolarizados, que viven con estrecheces pero van tirando hasta que tres mazazos seguidos, tres nada menos, las sacuden hasta tumbarlas: la crisis de 2008, la pandemia y la actual inflación. Son los más invisibles de todos porque no quieren ser vistos; se avergüenzan de su situación; algunos, necesitándolo, ni siquiera acuden a las colas del hambre, por pudor.
La Tasa AROPE (at risk of poverty and/or exclusion) es un indicador fijado por la Unión Europea para medir el porcentaje de población que se encuentra en riesgo de pobreza y/o exclusión social, teniendo en cuenta elementos de renta, posibilidades de consumo y empleo. En 2021 se situó en el 27,8% de la población residente en España, frente al 27,0 % registrado en 2020. Son, en total, 13,1 millones de personas. Podemos llamarlos «los pobres» y seguir a lo nuestro o mirarlos a los ojos más allá de la etiqueta.
Voto por que, cuando hablemos de «los pobres», intentemos aterrizar esa generalidad y pensemos que podríamos ser nosotros si nos hubieran tocado unas cartas más jodidas en esta partida de póker que llamamos vida.
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