Los comentaristas políticos desmenuzan con su bisturí todas y cada una de las palabras, y también los silencios, del Rey en el discurso de Nochebuena. ... Me quedo con la alusión del monarca a los principios morales y éticos «que nos obligan a todos sin excepciones; y que están por encima de cualquier consideración de la naturaleza que sea, incluso de las personales o familiares». A la inmensa mayoría le parece que queda suficientemente reflejado en estas palabras el asunto del rey emérito. No así a los de Podemos, que gustan de una oratoria más rajada, más chabacana y hortera. Aquella frase de «yo me meto en la cama con quien me da la gana», lanzada en el Congreso de los Diputados por Irene Montero desde el banco azul podría servir como su arquetipo de elocuencia y ejemplo de perfección retórica. Los morados son expertos en esto de llamar al pan pan y al coño coño, pero renquean a la hora de asumir que la moral y la ética también incumben a los marqueses de Galapagar y a su portavoz velazqueño, a quien tanto le costó dar de alta en la Seguridad Social a su asistente. Irene dejó claro que ella puede elegir. Los viejitos y viejitas de las residencias, cuya salvaguarda dependía de su marido, no pudieron escoger ni cama ni compañía.
Analizar comportamientos, dichos y sentencias de nuestra clase política es tarea que no cabe en una columna. Pero no me gustaría despedir este aciago 2020 sin recordar que se inició con aquella asombrosa sentencia de Isabel Celaá: «No podemos pensar de ninguna de las maneras que los hijos pertenecen a los padres». Un apotegma que entronca con aquel de «la tierra no pertenece a nadie, salvo al viento», que proclamó el calamitoso Zapatero sin explicarnos qué se había fumado esa tarde.
Grabada en los memes de los móviles permanecerá durante mucho tiempo la asombrosa profecía de Fernando Simón: «España no va a tener, como mucho, más allá de algún caso diagnosticado». El peso del cachondeo lo comparte con Illa, del que nos queda para el recuerdo su primera mentira: «Tenemos un protocolo preparado. Quiero lanzar un mensaje de tranquilidad». Podría bucear buscando perlas en las interminables homilías con que nos castigaba Sánchez, pero para este breve repaso vale su canto de victoria el 4 de julio: «Hemos vencido al virus. Hay que salir a la calles y hay que disfrutar de la nueva normalidad recuperada». Así, con un par. También merece un apunte, lo de Pablo Iglesias en TVE: «Todos sabemos que este virus no entiende de territorios pero sí entiende de clases sociales». No me olvido de María Jesús Montero y su «estamos mal, pero menos mal que estamos», y dejo para el final a mi admirada Carmen Calvo, «cocinera antes que fraila», que nos aleccionó hace años sobre el dinero público «que no es de nadie». A mediados de mayo, la vicepresidenta conmovió los cimientos científicos aportando una clave vital para entender la expansión del virus en España: «Nueva York, Madrid, Teherán y Pekín están en línea recta, en horizontal, que son las tres grandes ciudades donde se ha dado un problema del demonio». Hace días sacó a pasear su veta de lingüista para decirnos que «Fernando Simón tiene su cargo por razón de expertitud». Quiéralo o no la Academia, esa 'expertitud' tiene que pasar al diccionario de la RAE, como ya ha pasado a los anales de la necedad de este aciago bisiesto.
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