Esta pandemia viene con moraleja. Se extiende el hábito de sacarle conclusiones y éstas conllevan moralina o moral de andar por casa. Según puede leerse ... estos días, la pandemia ha demostrado que «sin cultura es difícil vivir»; y que «no somos una especie elegida». Que rabien los que pensaban que éramos una especie elegida y que podíamos vivir sin cultura.
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Para tales conclusiones no necesitábamos pandemia. Así va decayendo el nivel de los lugares comunes.
Entre las consecuencias intelectuales de la pandemia está el florecimiento de un verbo que ahora conoce su máximo esplendor: repensar. Proliferan los analistas y augures que aseguran que hay que repensarlo todo. Algunos ejemplos: hay que repensar el sistema de residencias, repensar la paz, repensar el sistema de nombramientos en la carrera judicial, repensar la adicción al juego como parte de un trastorno dual. Y así todo. En Cataluña se han propuesto repensar la Barcelona poscolonial: seguramente se refiere a cuando los españoles dejemos de oprimirlos, pero quizás esta tara no sea por los trastornos pandémicos y les venga ya de marca.
La manía repensadora viene a expresar el deseo de que nuestros padecimientos de 2020 constituyan un nuevo arranque. Volver a empezar forma parte de nuestras ambiciones más íntimas y el azote del coronavirus viene a ser un incentivo del estereotipo.
Van mal las cosas y siempre nos queda el truco de repensar.
Más deberes que nos trae la pandemia: tenemos que repensar la dinámica laboral, repensar el sistema educativo, tenemos que regresar al futuro, así como el turismo y la política fiscal.
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La joya de la corona: tenemos que «repensar el futuro en base al pasado». Se habrá quedado satisfecho el autor del mantra, tras dar con la piedra filosofal.
Repensar no es un neologismo, pero resultaba novedad el uso intensivo en la acepción que se le está dando. Antes venía a ser sinónimo de reflexionar o de «pensar largamente antes de decidir sobre una cosa». En el gusto pandémico consiste en volver a pensar. Como si el antiguo mundo se nos cayera de viejo y nos tocase diseñar el nuevo.
El planteamiento tiene un fallo de raíz. Imagina que el pasado (o el presente) que denostamos salió de algún sesudo pensamiento. Queda bien el idealismo platónico, pero la experiencia demuestra que lo que teníamos fue estableciéndose sin grandes reflexiones: por su propio peso, como si dijéramos; o degenerando, si quieren. También sobrevalora nuestra capacidad reflexiva, suponiendo que nuestro racionalismo será capaz de concebir un futuro pluscuamperfecto. La pandemia nos hace ilusos.
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Repensar es el verbo de la pandemia –junto a reinventar– pero tampoco hay que atribuirle demasiada creatividad. En la mayoría de los casos aprovechan el viaje de la crisis pandémica para vendernos como repensamiento lo que ya tenían pensado. Por ejemplo, los republicanos podemitas sugieren repensar el sistema político para llegar a la república; y los independentistas catalanes lo mismo para la independencia.
Va a resultar que el repensamiento patrio de la pandemia es mercancía averiada.
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