La ortografía de mi pueblo

La actual ortografía española empieza a codificarse en el siglo XVIII, con el establecimiento de las primeras normas ortográficas por parte de la Real Academia Española al poco tiempo de su fundación

Antonio Ubago

Jueves, 10 de febrero 2022, 00:14

Las faltas de ortografía en las señales informativas de la salida de la A-92 a la carretera de mi pueblo, Güevéjar, e igualmente en ... esta, con su nombre mal escrito en las dos vías, constituyen inexplicable vilipendio, ofensiva denigración de la Junta de Andalucía y de la Diputación de Granada no menos que por el desinterés o el desprecio causados a los ciudadanos incomprensiblemente en afrenta tan sin sentido en el momento histórico en que el sistema educativo, obligatorio y gratuito de la Educación Infantil, Primaria y Secundaria (ESO) faculta para poder realizar tal menester básico de escritura o, al menos, poseer la diligencia de informarse, si se posee un mínimo de interés en las obligaciones laborales junto al nivel de prosperidad y progreso más alto de la historia de la humanidad para poder valorar la cultura en la expresión escrita, cuanto más que por ser los responsables de tales desaguisados viales altos funcionarios de Administraciones públicas y paladines de la democracia directa, participativa, representativa… Inconcebible. Intolerable.

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La actual ortografía española empieza a codificarse en el siglo XVIII, con el establecimiento de las primeras normas ortográficas por parte de la Real Academia Española al poco tiempo de su fundación. Hasta ese momento las vacilaciones en las grafías eran constantes: unos optan por soluciones fonéticas, tratando de adecuar su escritura a la pronunciación oral y otros se decantaban por criterios etimológicos, manteniendo grafías que carecían de correspondencia en la pronunciación del español de la época. El resultado era una falta de unidad que dificultaba la comprensión. Actualmente las 22 academias del español mantienen acuerdos que garantizan la unidad ortográfica. De este modo, la edición de la 'Ortografía de la lengua española' (1999) fue la primera en ser elaborada con la colaboración consensuada de todas las academias de América y de Filipinas.

El deterioro de nuestra lengua avanza galopante en todos los niveles formativos y no se detiene siquiera en el techo del sistema, la Universidad. Tampoco el mundo profesional en sus campos más especializados se libera de esta lacra, y el descuido o el desconocimiento presentan este panorama. En definitiva, que cada vez se muestra menos capacidad en la posesión de las destrezas básicas de leer y escribir correctamente. La desidia de unos y la inconsciencia irresponsable de otros no pueden atentar contra el tesoro de la expresión escrita común de tantos porque estas normas son la garantía, la mayor fuerza aglutinante de la unidad lingüística que hacen del español una de las mayores lenguas universales.

No tiene ahora ningún sentido vernos anclados en situaciones tan desoladoras cuando esta es la primera obligación educativa, enseñar a leer y a escribir y de las autoridades políticas respetar las normas sociales. Nuestra ortografía, además, es menos complicada, más sencilla, más simple si se compara con las que tienen el resto de las lenguas europeas porque se lee tal cual y porque se pronuncia como se escribe; notoriamente envidiable comparada con otras, casi fonológica, sin apenas parangón entre las grandes lenguas de cultura.

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Me causó enorme sorpresa la diligencia con que la Administración hace unos años subsanó la garrafal ortografía de las señales de carretera de varios afamados pueblos alpujarreños. Me sigue mortificando en grado sumo, sin embargo, sin llegarlo a entender, que otros como el mío, Güevéjar, pese a las reiteradas demandas de enmienda de la ortografía de su nombre tanto en la señalización de la A-92, desde su inicio de funcionamiento, en su aproximación al desvío del pueblo y comienzo del cruce de la carretera local, no se vea atendido en solicitud tan justa de que el topónimo se ofrezca con corrección, con su tilde, al igual en su escritura en minúsculas como en mayúsculas; situación de coherencia que debiera ser tan obvia, por otra parte, por la ordinaria y obligada actuación que debe ser propia de las administraciones públicas que nos representan como referentes y modelos en cuanto a la posesión de obligados conocimientos generales de una cultura básica que deben fomentar, aunque fuera tan solo tras la asistencia a la escuela obligatoria, ahora tras cursar la ESO y antes con la obtención del Certificado de Estudios Primarios, además de por la responsabilidad pública obligada para ponerla en práctica. No sería necesario más. Pero, en modo alguno, aun con las titulaciones de sus responsables, tampoco de otro modo se manifiestan.

La contestación a mi escrito de junio de 2016, en demanda de tildes en las señales de la A-92 de Güevéjar, de la Delegación Territorial de Granada de la Consejería de Fomento informa «que los trabajos que solicita deben ser realizados por empresa especializada, no pudiendo ejecutarlos la empresa de conservación directamente, debiendo por tanto ser subcontratados por la misma. Por otro lado, dicha actuación no se encuentra en ninguna programación actualmente, estudiándose para su inclusión en las futuras». Imaginación para entenderlo y pelo para las ranas. Esto es eficacia administrativa.

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Los distintos ayutamientos de Güevéjar en los últimos años, sin embargo, siempre han respondido a las propuestas que se le han formulado para que su nombre se muestre esplendoroso, ajustado a su grafía, como puede constatarse, verbigracia, en la placa informativa de la iglesia que de antaño mostraba alterado el nombre del santo de su advocación.

Es la ortografía, amén de carta primera de presentación social, una necesidad para la comunicación y para el fomento de la unidad lingüística para cerca de 600 millones de hablantes de la lengua española. Y, desde luego, los güevejeros no estamos dispuestos a renunciar en modo alguno a este derecho incuestionable y a esta necesidad que nos aglutina y nos identifica.

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