Para llorar no es necesario pensar en un pato cubierto de hormigas, como proponía Cortázar. Es mucho más fácil. En su monumental ensayo 'Melancolía', Benjamin ... Morton llega a definir las lágrimas como «la orina del alma» y sostiene que el llanto es muy parecido al sudor pero más poético. Le salió un poco escatológico el tratado al amigo Morton, pero insisto en que para experimentar una tristeza pura no se precisa leer a Murakami ni ver en bucle el final de 'Los puentes de Madison'. Quiá. Basta con acudir a un parque acuático un día de lluvia.
Reconozco que no es tarea sencilla porque esos recintos solo permanecen abiertos en verano y resulta difícil dar con un día lluvioso durante el estío. Hay que armarse, pues, de paciencia y saber esperar el momento oportuno. A veces nunca llega y la tristeza verdadera consiste en tener que dejar el experimento para el año siguiente, con el riesgo de que la vida no nos alargue el permiso un año más, pero otras veces la paciencia tiene premio y en septiembre aparece el día perfecto.
Encapotado, con una brisa donde se anuncia ya el otoño y el verano cereal y abrasador de la ciudad ha quedado definitivamente atrás, el día invita a acercarse por el parque acuático. Hoy habrá menos cola en los toboganes, ya verás. Podremos elegir la mejor hamaca y la hamburguesa y las patatas fritas no estarán recalentadas. Serán recién hechas. Gourmet. Llega uno con todos los arreos al parque y nada más estirar la toalla se da cuenta de que algo extraño flota en el ambiente. Los empleados, antaño acelerados y tiránicos, lo miran a uno con una mezcla de desconcierto y consternación. El resto de clientes, en número aún inferior al esperado, también parece imbuido en esa sensación de irrealidad que provoca el aparente vacío del lugar. Algunos te buscan con mirada cómplice y resignada pero la mayoría te rehuye avergonzado como un niño al que han pillado en falta. Solo los toboganes aparecen impertérritos, ajenos al decaimiento, a la languidez que progresivamente se apodera de todo.
Te dejas caer por el primer tobogán y cuando tu hija echa a correr de vuelta hacia la escalera en un gesto reflejo para ahorrarse una cola inexistente, se te viene encima tu vida entera y piensas en la inutilidad de correr, en que no por mucho madrugar buena sombra te cobija (¿era así?).
Crees echar de menos a la multitud sudorosa pero a quien realidad echas de menos es al sol y a la hoja del calendario del mes de junio, cuando el verano estaba todavía con el precinto puesto. Y entonces empieza a llover.
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