Muface
Puerta Purchena ·
«Armándome de valor me senté ante el ordenador y traté de gestionar la cosa según las indicaciones recibidas»Recuerdo bien cuándo apareció Muface (mutualidad general de funcionarios civiles del estado). Antes, en mi caso concreto, yo pertenecía a otra mutualidad: la de los ... maestros. Los primeros empleados en la gestión de nuestras burocracias, relacionadas principalmente con asuntos de salud, salieron de los propios cuerpos a los que servían. Sin preparación específica para la nueva función, se mostraban demasiado exigentes y meticulosos. Y, cuando se tenía que acudir allí a costa del trabajo cotidiano, las cosas se ponían muy tirantes. No eran raros los casos en que te hacían volver para aportar nuevos documentos. Así que, abusando de la generosa permisividad del idioma en estos lares, en vez de Muface, yo llamaba 'mudifícil' a la famosa concentración de mutualidades.
Fue pasando el tiempo y las cosas evolucionaron a mejor. Sensiblemente. Ya se iba requiriendo menos papeleo, uno se identificaba con el DNI como en todos sitios y el personal que atendía las demandas se caracterizaba por su amabilidad y eficiencia. Se fueron introduciendo algunos cambios, como la máquina expendedora de citas, a los que nos acostumbramos pronto.
Así estaban las cosas cuando un día recibo una circular hablando de mejora de la calidad del servicio, en aras de la cual se nos obligaba a realizar todas las gestiones telemáticamente. Eso o recurrir a un número de teléfono –de tarifación especial, naturalmente- como alternativa.
A mí me iba subiendo la bilirrubina a un ritmo demasiado acelerado conforme iba pasando de un renglón a otro. Pero, en mi larga vida de funcionario, ya había yo aprendido que, cuando te ofrecen lentejas, tienes que tragar sí o sí. Estuve varios días dándole vueltas al asunto. Incluso me presenté en las oficinas aprovechando el escaso margen de días que me daban antes de que se consumara la 'amenaza'. No me atendieron ya y se limitaron a facilitarme otro impreso más, con nuevas instrucciones. Al final me decidí. Armándome de valor, me senté ante el ordenador y traté de gestionar la cosa según las indicaciones recibidas. Lo intenté, lo volví a intentar, repetí y que si quieres arroz Catalina. Error, error, error. Así que, siguiendo el novedoso procedimiento, solicité cita previa para marzo. Fracaso total. ¿Qué hacer, pues? Con más miedo que vergüenza –he tenido respuestas de la Administración desalentadoras-, redacté un oficio dirigido a la máxima responsable de la oficina de Sevilla.
Y aquí viene la sorpresa, la sorprendente y gratificante sorpresa. Al día siguiente suena mi teléfono móvil y al otro lado aparece una voz agradable. Era María Teresa Ruiz Giménez, directora provincial. En un tono absolutamente sencillo y acogedor, ponía a mi disposición el personal necesario para sacarme del atolladero. Me facilitó la cita para marzo y me dejó con un agradable sabor de boca. Le di las gracias con toda sinceridad y hoy elogio públicamente su actitud. Y es que las instituciones las hacen buenas las personas. Personas como María Teresa.
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