En aquel tiempo, años ochenta del siglo pasado, a Juanillo 'El Gallino' se le ocurrió montar un restaurante pequeño y hermoso en el Sacromonte, con ... vistas a la Alhambra. Allí las mañanas sucedían a las noches y no al revés. Y había noches que no tenían mañanas o, si las tenían, eran imperceptibles. Amaneceres muchos, eso sí, con notas de guitarra buscándose la vida entre los rayos del sol y queriendo más copas, más cante, más flamenco, para que las horas fuesen infinitas y el arte y la improvisación y la fiesta no se acabasen nunca.
Dicen que Carmen Amaya bailaba sobre la Torre de la Vela en las noches de luna llena. Yo no sé si llegué a verla. Pero creo que sí. Y que una de esas noches, en las que lo invisible y lo visible compartieron secretos, se oyó la voz de Carmen hablando a los clientes del Gallino, con una voz recogida, de manera que solo ellos pudieran oírla, para decirles: «Nacerá en Granada una bailaora que llevará por el mundo el baile gitano y granadino envuelto en gestos orientales y pasos de ballet, en flecos de Mario Maya y adornos de Mariquilla. Ella bailará en momentos como si fuera yo misma, sin dejar de ser ella».
Y pasaron los años hasta que hace unos días vi bailar a Fuensanta La Moneta en el Teatro Isabel La Católica. Allí, en un escenario desnudo, agobiante como un Auschwitz abrigado de lutos y memoria, Fuensanta bailó y fue 'golem' femenino muerto y resucitado, y hubo seguiriyas y farrucas, y hubo una transformación y un misterio, y nubes de pajarillos revoloteando en las manos al cielo de La Moneta, y un ritmo ancestral y potente en el taconear de la bailaora, y un granadinismo, 'granainismo' quisiera yo decir, en su desparpajo sacromontano, cuando movía las caderas y abría el compás de las piernas, y ya no se movía sobre las tablas del escenario un cuerpo menudo sino una fuerza poderosa del destino.
Después, con Fuensanta inmóvil frente al público, llegaron silencios metálicos y abrasadores, trepidantes como un duelo de legionarios y tahúres en peligro de extinción. Silencios cómplices de su repudio a los crímenes del nazismo.
Félix Grande, inspirador lírico e ideológico de La Moneta, y Carmen Amaya, sonrieron desde el cielo. Y yo supe, al salir del teatro y encarar el frío de la noche, que una profecía sin fecha acababa de cumplirse.
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