Una de las causas de angustia y frustración más frecuentes en el ser humano es el deseo de que las cosas sean distintas a como ... realmente son. Así, cuando atravesamos una crisis, miramos atrás e intentamos contemplar la realidad con la mirada de antes. Seguramente pronto las noticias de la pandemia, de toda la fosa que ha excavado en nuestras vidas, prácticamente, se cubrirá de herrumbre y olvido. ¿Queremos ser los de antes? Quiero pensar que esta tragedia nos haya enseñado a mirar otros ojos la vida, a valorar el poder de la mirada. La realidad se vuelve distinta según quien la contempla. Mirar no es solo dirigir la vista a algo, observar hechos, también es atender, pensar, juzgar, inquirir, informarse de algo, alcanzar, tocar, meditar,… Mirar es abrirse al misterio panorámico del mundo. Hay miradas que se asombran ante el poético caleidoscopio del crepúsculo; hay miradas sensuales, las hay sentimentales. Hay quienes engañan a su mirada, hay quienes buscan esa mirada pura que descifra el secreto de los objetos, el secreto del corazón, el secreto de los sueños. Dice el proverbio que quien no comprende una mirada, tampoco comprenderá una larga explicación. La mirada depende del foco, del enfoque y del objeto de la realidad que se enfoca. Una mirada asustada ve sombras en un día luminoso. Una mirada poética no verá lo mismo que una mirada prosaica, ni una mirada piadosa ve lo que una mirada desalmada, ni una mirada optimista lo que una pesimista. Decía Umberto Eco que sus tres primeras novelas nacieron de una idea seminal que era poco más que una imagen, y señalaba: «ésta fue la que se apoderó de mí y me hizo desear seguir adelante. El Nombre de la rosa nació cuando hirió mi imaginación la imagen del asesinato de un monje en una biblioteca. Esa imagen me pidió que le construyera algo a su alrededor».
Me estoy acordando de esa frase que aparece en 'El principito, de Antoine de Saint-Exupéry, cuando el zorro le dice al principito: «solo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible a los ojos». La frase nos invita a entender que debemos mirar más allá de las apariencias, a valorar las cosas por aquello que en realidad son, y no por lo que parecen. La mirada no es una mera impresión sensorial: es un exigente ejercicio intelectual. Damos significado a lo que distinguimos. Por eso es importante saber educar nuestra mirada, saber llevarla a ese borde de bruma entre el alba y el ocaso. Muchos vemos poco y pocos ven mucho, alcanzando a descubrir lo que a simple vista no se percibe: por distante o por cercano. Por estar muy lejos, sin que sea posible divisarlo; por estar muy próximo, sin que sea posible advertirlo, de tan obvio que es. Como digo los escritores son un ejemplo de ello, y los científicos, y pintores como Johannes Vermeer y su representación de la cotidianidad de su tiempo, o Edward Hopper y su retrato de la soledad moderna. También Goya con su mirada irónica y crítica de la sociedad de su época. Se trata de hacer de la mirada un velero sin más puerto que el viento.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión