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Yo fui un ministro de Stalin

Se trata de Jesús Hernández, cuyo 'curriculum' político es impresionante

José torné-dombidau y jiménez

Lunes, 12 de octubre 2020, 01:00

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Inesperadamente he encontrado en un popular mercadillo de los domingos las confesiones que en 1953 con el mismo título publicó en México un prohombre del comunismo español de la Segunda República y la Guerra Civil. Se trata de Jesús Hernández, cuyo 'curriculum' político es impresionante: cofundador del PCE (1921), miembro de su Buró Político, director de 'Mundo Obrero', diputado, ministro de Instrucción Pública con Largo Caballero y Negrín, comisario general del Ejército Centro-Sur y, sobre todo, miembro del Estado Mayor del stalinismo mundial al pertenecer a la 'Komintern' (1940-1944). Finalmente fue expulsado del PCE por las duras y descarnadas críticas que vertió en el libro del mismo nombre que esta tribuna.

El lector se preguntará por qué razones aparezco en estas páginas con este personaje y con este tema. Primero, por refrescar la memoria histórica de la izquierda en una etapa nada edificante del convulso período republicano y guerracivilista, en el que esa facción ideológica desempeñó un relevante papel. Más cercano a nuestros días, el presidente Rodríguez Zapatero pasa a la historia con el más que dudoso honor de haber contribuido destacadamente a arruinar la concordia y haber destapado la caja de los truenos de los más bajos instintos humanos: revanchismo, odio, manipulación, reescritura del pasado y sumisión a intereses personales y/o partidistas. Es la famosa –y maléfica– memoria 'democrática' que en el 'summum' del disparate político se convirtió en ley en 2007, la mayor carga de profundidad contra la reconciliación nacional, laboriosamente conseguida por todos en el pacto común de la Transición. Como a todo hay quien gane, ahora Carmen Calvo justifica su presencia en el desgobierno de Sánchez ahondando en el error de elaborar otra versión legislativa 'in peius'.

La segunda razón es recuperar las dramáticas y duras acusaciones del comunista Hernández cuando valora el papel del comunismo, de los agentes soviéticos y del 'padresito' Stalin en la Guerra de España. No tienen desperdicio. La izquierda de nuestros días, principalmente la extrema y errada formación política representada por Podemos e Iglesias, bien podrían leer las 365 páginas del libro citado y así obtener la inmediata y clara conclusión de la falsedad rotunda de las tesis comunistas y del 'paraíso' que prometen. Pero dejemos que lo diga Hernández.

El libro lo dedica el autor «A a mi madre y a mi hermana, rehenes de Stalin en cualquier lugar –hace ocho años que no sé de ellas– del inmenso campo de concentración que es la Unión Soviética». Basta esta dedicatoria para tomarle el pulso a la filosofía del documento. A lo largo de sus páginas se encuentran afirmaciones que sorprenden escritas por un preboste comunista. Revelan la verdad de lo sucedido. Así cuando habla del «sometimiento a la férula de los dictadores totalitarios rusos», la «férrea disciplina que el comunismo impone a sus militantes» o «las hazañas criminales, traidoras y jesuíticas del stalinismo en España y en la política internacional». Califica de «mentira la tan aireada solidaridad soviética al pueblo español durante la Guerra de 1936-1939». La «amistad, solidaridad y armas para la República son losas que tapan la verdad». «En la Guerra de España, Moscú jugó a que ganara Moscú». «La causa de nuestro pueblo era para ellos un simple peón en el tablero de sus cálculos». «La tragedia fue para cuantos cegados por la fe, o corroídos por las dudas, pero siempre disciplinados y obedientes, fuimos instrumentos dóciles de la política de Moscú…». «Los comunistas españoles de entonces tenían que conducirse como un regimiento prusianizado a las órdenes de Moscú, sin más jefe ni más dios que Stalin». Y otro tremendo reconocimiento: «Los comunistas españoles no constituimos una fuerza nacional, sino una organización de fuerzas indígenas dependientes y al servicio del Comisariado de Negocios Extranjeros de la Unión Soviética». Finalmente, Hernández asume que «La vileza de la política del Kremlin en España nos salpicó a todos sus servidores».

Lo más triste de todo lo anterior es que por medio hubiera una sañuda Guerra Civil entre españoles que provocaron mucho dolor y sangre. Ahora, cuando en 1978 se alcanzó, entre y para todos, la paz, la concordia y la libertad, aparecen voces en nuestros días que olvidan cierto pasado, omiten el verdadero, y vuelven a prometer el cielo con las mismas teorías. Falaces y fracasadas teorías.

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