Con este sugerente título, la editorial Edelvives sacó recientemente una colección de textos para acercar a «la figura de Jesús de Nazaret tal cual». Atraído ... por el reclamo del nombre escogido para este proyecto editorial, busco en internet a los autores que, en entrevistas aseguran haber recibido tan sólo un tuit de alguien a quien este término le resultara irreverente, inapropiado o falto del respeto debido.
La RAE define mindundi como «persona insignificante sin poder ni influencia» pero el título de este libro no afirma que el personaje histórico nacido entre pastores en un establo y sacrificado junto a ladrones en un monte, sea un mindundi, sino que ese ciudadano de Nazaret es el referente para generaciones enteras de mindundis, que es lo que todos somos, a fin de cuentas.
Y, si se me permite, también fue considerado un mindundi para algunos de su tiempo.
Viene a decir que, aunque nos sintamos una minucia, un cero a la izquierda o creamos no valer nada; el Señor cuenta con nosotros en este proyecto suyo. Viene a decir que quiso hacerse el último para que todos, –los primeros y últimos, los grandes y pequeños–, tuviéramos la oportunidad de participar de este reinado diferente, el proyecto de una nueva humanidad.
Si me limito a contemplar al personaje histórico y a sus amigos, aparece gente normal de aquel tiempo y lugar: unos pescadores del mar de Galilea o las hermanas de Betania, María y Marta, pero también amó a Pablo –que, hasta su encuentro con Jesús, perseguía cristianos–; también fue amigo de Magdalena –prostituta arrepentida– y de Mateo, –un recaudador de impuestos para los romanos–. El rey de los mindundis sabe que el camino de todos está lleno de equivocaciones, sabe que pasamos por situaciones difíciles en la vida, sabe que el ser humano es capaz de lo bueno y lo malo, pero cuenta con todos y, ante el caso de la mujer adúltera a la que iban a lapidar, dice: «Quién esté libre de pecado, que tire la primera piedra».
El hijo de aquel carpintero recorrió aldeas sencillas de condiciones duras para encontrarse con la gente –mindundis, fariseos, pobres, mendigos, extranjeros, publicanos, campesinos, enfermos y sanos–. Anduvo por los caminos invitando a todos a transformar sus vidas, a formar parte de ese reino nuevo, el plan de Dios para el mundo. Es decir, no habló sólo para los ya convertidos, sino para esos en cuyas realidades normales no existía redención. Y no hizo diferencias, quiso hacerse un igual entre iguales; alguien pequeño en una región pequeña y una familia pequeña. «No hay judío ni griego, ni esclavo ni libre, ni hombre ni mujer; porque todos sois uno».
El Papa Francisco lo explica así: «Jesús mismo nace en una familia modesta que pronto debe huir a una tierra extranjera; entra en la casa de Pedro donde su suegra está enferma; se deja involucrar en el drama de la muerte en la casa de Jairo o en el hogar de Lázaro; escucha el grito desesperado de la viuda de Naín ante su hijo muerto; atiende el clamor del padre del epiléptico en un pequeño pueblo del campo. Encuentra a publicanos como Mateo o Zaqueo en sus propias casas, y también a pecadores como la mujer que irrumpe en la casa del fariseo. Conoce las ansias y las tensiones de las familias y las incorpora a sus parábolas: desde los hijos que dejan sus casas para intentar alguna aventura hasta los hijos difíciles con comportamientos inexplicables o víctimas de la violencia. Y se interesa incluso por las bodas que corren el riesgo de resultar bochornosas por la ausencia de vino o por falta de asistencia de invitados, así como conoce la pesadilla por la pérdida de una moneda en una familia pobre».
También el mensaje de salvación es sencillo, universal, para gente corriente de todos los tiempos, 'mindundis' en el mejor sentido de la palabra: «Amaos» (y todo lo que no sea consecuencia de esto, se aleja del mensaje).
Un mensaje breve y tan revolucionario para aquel siglo primero como para todos los posteriores hasta el mismo veintiuno. Porque querer o amar es cumplir la voluntad del Señor en nuestra vida corriente, cerrar las puertas al mal, dar la vida por la gente. Intentar amar como aquel de Nazaret implica muchas renuncias, un montón de compromisos, un desgaste continuo, un camino lleno de polvo y barro como aquellos caminos bajo el sol de Galilea.
Y resulta que el amor será la bandera, la marca o el distintivo de este 'grupo nuevo', este 'pueblo nuevo' que el hijo del carpintero propuso. Pero no un amor ficticio, de boquilla, falso o idealizado. No un amor natural que me sale de las tripas, sino el otro, y cito literal el versículo de Lucas: «Ama a tus enemigos, haz el bien a quien te odie, bendice a los que te maldicen. Si alguien te abofetea una mejilla, pon la otra también (…) Haz a los demás lo que te gustaría que te hicieran a ti. Si amas a los que te aman, ¿qué mérito tiene? Incluso los pecadores aman a quienes les aman. Y si haces el bien a quienes son buenos contigo, ¿qué mérito tiene?»
Es un amor tan exigente y diferente que revoluciona el mundo de entonces tanto como el de ahora. Es el de las bienaventuranzas, el de «los pobres, los que lloran, los que tienen hambre, los perseguidos, los misericordiosos, los que trabajan por la paz…» Nada tiene que ver esto con la resignación frente al sufrimiento: es solo poner felicidad donde no se espera.
Todo ello en medio de la dificultad y en mitad del mundo mindundi que nos haya tocado a cada cual. Además de un mandato o mandamiento, este rey de los nadies, los ningunos y los nada invita a sus seguidores a ser felices por el amor, a aceptar ese reino complejo y revolucionario y, sobre todo, a seguirlo.
Los autores de este 'Rey de mindundis' recuerdan que 'el de arriba' cuenta con nosotros, con nuestros dones, nuestras carencias, nuestros momentos vitales, nuestras ganas de ser felices por poco que representemos, por poco que signifiquemos y por poco que avancemos. Proponen regresar al mensaje, a la esencia del 'Amaos': el de San Agustín «ama y haz lo que quieras»; el de San Pablo: «El amor es comprensivo, servicial, no tiene envidia. No presume ni se engríe, no es maleducado ni egoísta, no lleva cuentas del mal, no se alegra de la injusticia, sino que goza con la verdad. Disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites».
Este es el mandato rotundo del 'rey de los mindundis' que no pretende ocupar ningún trono o disputarse el poder: «Mi reino no es de este mundo», un reinado que se funda en el 'Amaos'; crece en medio de las personas y cuenta con todo el que quiera seguirle.
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