La hoguera de Correa
Observar desde fuera algunos procesos judiciales remite más al estudio de la geología que al derecho
Manuel Pedreira Romero
Viernes, 24 de octubre 2025
No es necesario un doctorado cum laude en Ciencias Jurídicas por Yale para concluir que la máxima «justicia tardía, justicia baldía» es una verdad del ... tamaño del Louvre. El mundo judicial es denso y viscoso. El tiempo corre de otra manera en las sedes de los juzgados, un lugar donde los plazos previstos en las leyes se estiran como chicles y los relojes no marcan las horas entre legajos, expedientes, grapadoras y carpetas cuyos colorines fracasan una y otra vez en su intento de suavizar el tedio inmemorial de los papeles que contienen. Observar desde fuera algunos procesos judiciales remite más al estudio de la geología que al derecho. Desde dentro, cuando la hacienda o el prestigio de uno están en liza, ha de percibirse como el lento avance de un cáncer.
Dieciséis años son muchos años. Hay vidas conscientes, ricas y nutridas en aventuras que duran menos. Hace dieciséis años gobernaba en España Zapatero, aún no habíamos ganado el Mundial ni habíamos visto en el cine 'Malditos Bastardos', pero la fiscalía ya investigaba a un montón de políticos del PP por trincar pasta en la adjudicación de contratos públicos. Los acusados se han sentado esta semana, ¡esta semana!, en el banquillo para ser juzgados por aquellos hechos. Dicen que el mecanismo del Estado, y la justicia es la mayor materialización de ese mecanismo, es lento pero implacable como un ejército de termitas, que acaba comiéndose la Biblioteca Nacional si le dejan.
La inmensa mayoría de las caras de los fulanos que hemos visto estos días en ese banquillo ya no nos sonaba de nada. Señores de mediana edad con pinta de discretos votantes del PP y una desvergüenza cansada pintada en el rostro. La única de esas caras de cemento que todavía recordábamos es la del tal Correa, uno de los capos de aquella mafia que tumbó a un gobierno y dejó a un presidente convertido en un bolso de piel sorayesca. Qué tiempos, pardiez. El grueso de los acusados –también los famélicos– ha aceptado los hechos y confía así en un sentencia más benévola que les ahorre o alivie el paso por la cárcel.
El tal Correa, y arribo ahora al centro de esta pieza, protagonizó uno de los momentos más emocionantes de la vista oral cuando, a preguntas de la fiscal, aseguró que desde 1999 no había presentado la declaración de la renta y que desde entonces no había pagado ni un solo impuesto en España. A continuación manifestó que aceptaba la autoría de los hechos que lo habían llevado al banquillo. «Y quiero dejar claro que quiero colaborar», añadió con una contrición y un temor de Dios que habrían conmovido a Torquemada. A usted, que cada mes acepta obediente el bocado que se lleva Hacienda de sus ingresos, a mí, que ya me habría comprado un avión si la nómina me llegase cada mes sin retenciones, no me conmueve en absoluto. ¡A la hoguera!
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