Farfolla universitaria
Antes de que el fuego arrase también estas palabras quiero agarrar por la cola una de las serpientes del verano, una culebra informativa que abrió ... portadas, inspiró editoriales, excitó la pluma de los columnistas y provocó dimisiones y hasta un dramático intento de suicidio. Hablo de la causa general abierta contra los currículos académicos de nuestros políticos, un asunto menos interesante que el de sus patrimonios pero que quizás habría de interesarnos más. Del disparo de salida se encargó una pujante diputada madrileña del PP que se inventó unos títulos inexistentes y, muy compungida, dimitió con una larga carta en redes sociales en la que no ofreció ninguna explicación sobre lo sucedido, algo así como una dimisión en oxímoron. Abierta la puerta de los corrales, los entorchados académicos de unos cuantos políticos salieron en estampida buscando su lugar en el mundo sin encontrarlo. Dimitió un fulano de Vox y un mengano del PSOE. En ese último caso, la historia se cerró de una manera abrupta y dolorosa con un ingreso hospitalario y un final que esperamos feliz. Pero entonces llegó el fuego y arrasó con todo. También con esta serpiente que rescato chamuscada bajo dos metros de ceniza.
De las clases de Filosofía, en concreto de Platón, apenas sobrevivió en mi memoria, más allá del mito de la taberna, el ideal político del gobierno de los mejores, de los más sabios y virtuosos. Platón alertaba de que el gobierno de las masas (democracia) era una degeneración del ideal anterior, pero dos mil quinientos años después podemos concluir que ni gobiernan las masas ni nos gobiernan los mejores, una aspiración que debería regir la mirada que cualquier ciudadano de a pie le dispensa a la política.
Todos conocemos gente despierta, capaz e inteligentísima que no ha pasado por la universidad, igual que es habitual cruzarse con palurdos incorregibles que poseen un doctorado o una cátedra. Salvada esta perogrullada, preferiría que quienes gestionan la cosa pública cuenten con una titulación universitaria expedida por una institución académica oficial y no por la farfollada esa de la universidad de la vida. Un título acredita, en mayor o menor medida, cierto empeño, disciplina y tesón más allá de los conocimientos específicos que se adquieran. Y un barniz intelectual apreciable. Todo eso puede procurárselo uno fuera de la universidad, cierto, pero a ver si va a resultar ahora que graduarse es de idiotas.
Hay currículos de políticos a los que conviene no asomarse si no quiere uno hundirse en la melancolía. Sin experiencia laboral alguna fuera de la vida pública, muchos recurren a la fórmula de «estudios de Económicas… estudios de Química…» para esconder que fueron a la facultad a pasearse. No importa. Algunos llegan a presidentes. Y así nos luce el pelo. Al que lo tenga.
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