Sin épica
El presidente continúa mostrando su insólita capacidad de aguantar como gato panza arriba, pero la figura llevada al extremo resulta escaso agarradero para forjar una leyenda épica
Manuel Montero
Jueves, 4 de abril 2024, 23:31
No es imprescindible, pero la política española suele teñirse de aire épico, sobre todo cuando gobierna la izquierda que se intitula progresista, ocasión que considera ... el no va más de las posibilidades que ofrece la historia. Subyace la idea de que se avanza hacia un objetivo, de que eliminará rémoras históricas, pues cambiará la vida para siempre, produciendo cambios irreversibles. Es sólo discurso, que tiende a quedarse en mera literatura, pura filfa, pero en el momento proporciona la imagen de que el gobierno tiene algo mítico, incluso heroico, que sirve de modelo para la sociedad.
Así crea un relato mágico para ensalzar gestiones, que por lo común son vulgares o inanes, pero con mucha parafernalia (sí es sí, no es no, ni un paso atrás, siempre con la gente). Pero el esquema está fallando en esta legislatura, que lleva pocos meses, se está haciendo larguísima y no consigue tomar vuelo ni proporciona asideros a la imaginación épica.
Es verdad que el presidente continúa mostrando su insólita capacidad de aguantar como gato panza arriba, pero la figura llevada al extremo resulta escaso agarradero para forjar una leyenda épica. Sólo funciona cuando se evoca a posteriori –'In illo tempore, en aquel tiempo, hubo un presidente capaz de mantenerse cabreado con la oposición y sonriente encima del cartucho de dinamita al que prendía la mecha'–. En tiempo real suena a prácticas políticas escapistas o suicidas, basadas en el sobresalto, que pueden gustar un rato, pero no como modo de vida cotidiano.
No hay argumentos para el relato épico. Apelar a la nueva amnistía como arranque de la convivencia no da para un mal chiste, por la evidencia de que es para quienes se oponen a la convivencia. Tampoco les vale recurrir a Puigdemont como figura rescatada como baluarte nacional, pues no cuenta con los plácemes generales y, por si acaso, parece empeñado en caer mal, celebrando con malos modos cada coz que da al gobierno, azar no infrecuente.
Además, por el agotamiento que dejó la anterior ministra de Igualdad se ha diluido el frenesí igualitario de la legislatura precedente y con ella hace mutis la izquierda súper que iba a cambiar el mundo (¿gracias a sus dotes? ¿voluntarismo puro? ¿infantilización de la política?), dejando como herencia un Sumar que resta y con un discurso cursi, dogmático y pretencioso. También colean los últimos restos de Podemos, cuya principal gesta de momento es la apertura de un bar por parte de su líder Iglesias, dicen bar de izquierdas (¿?) que ha tenido que cerrar al de unos días por estropearse las cañerías, magnífica metáfora del frustrado asalto a los cielos. «Las tabernas son el último bastión de la libertad del proletariado» es el lema de tan preclaro establecimiento, lo que nos trae la incógnita de qué será para esta gente libertad o bastión. Y proletariado… Induce escalofríos conocer los rudimentos intelectuales con los que se forjan nuestros vicepresidentes.
Imagínense que Homero tiene que escribir la Ilíada con materiales de este pelaje.
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