En pleno siglo XXI, resulta incomprensible que la tauromaquia continúe siendo defendida por algunos como una expresión cultural y artística. Esta práctica, que consiste, no ... lo olvidemos, en someter a los toros a una prolongada tortura hasta su muerte, no puede justificarse bajo ningún pretexto que valore la compasión, la ética o el respeto hacia los seres vivos, incluso con la excusa de ayudar a damnificados por una desgracia. Es hora de avanzar y reconocer que la tauromaquia no es arte, ni tradición; simplemente es tortura. Las cifras son elocuentes: cada año, miles de toros son criados y sacrificados en los ruedos españoles y asiste cada vez menos público; a un espectáculo financiado, sobre todo, con dinero público, con el de todos los contribuyentes
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El respeto por los derechos de los animales está ganando terreno, la tauromaquia se está quedando atrás, atrapada en su anacronismo. Personalidades como el Premio Nobel José Saramago han sido claros en su rechazo: «No es cultura aquello que está basado en la tortura y la muerte». Ninguna tradición puede justificar la crueldad. Las costumbres deben evolucionar, especialmente cuando conllevan sufrimiento innecesario. La ciencia también respalda el rechazo a la tauromaquia. Numerosos estudios han demostrado que los animales poseen sistemas nerviosos complejos que les permiten experimentar dolor y sufrimiento, tanto físico como emocional. La tortura a la que se somete a los toros en las plazas no es solo un acto violento; es un recordatorio de cómo la ignorancia y la indiferencia pueden perpetuar prácticas inhumanas. Sin embargo, los argumentos contra la tauromaquia no solo provienen de la ética animalista. También hay una cuestión moral que nos interpela como sociedad: ¿qué clase de ejemplo damos a las futuras generaciones cuando permitimos y subvencionamos espectáculos que glorifican la violencia? En el famoso 'Cossío' se recogía la opinión del regeneracionista Joaquín Costa: «Las corridas de toros son un mal que nos perjudica más de lo que algunos creen y de lo que a primera vista parece, pues desde la perversión del sentimiento público, hasta el descrédito extranjero, hay una serie tétrica de gradaciones que nos envilecen».
La transición hacia una sociedad libre de tauromaquia no solo es posible, sino necesaria. El tiempo de la tauromaquia, podemos asegurar, ha quedado atrás y todo lo que se prolongue se basará en el sufrimiento innecesario. En su lugar, debemos apostar por un futuro donde la empatía y el respeto hacia los animales prevalezcan sobre la violencia y el dolor meramente lúdico.
Es momento de dar un paso al frente y decir, alto y claro, que la cultura nunca debe estar reñida con la ética. De ahí que casi 600.000 ciudadanos y ciudadanas españoles hayan firmado para presentar una Iniciativa Legislativa Popular para que la tauromaquia salga del paraguas de cultura. En manos de Junts y PNV con sus ventoleras y brujulazos estará que salga adelante y sobre todo con un PSOE que debería ser valiente y recordar sus principios, cuando se constituyó como partido, claramente antitaurinos.
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