Hace unos días estaba reflexionando sobre lo desfasado que me había quedado en cuestiones de igualdad y de identidad propagadas y explotadas por la izquierda ... niñata que padecemos en este siglo. Y me preocupaba no solamente como politólogo, sino también como persona homosexual: la inmensa mayoría de nuevos términos y 'realidades' del llamado movimiento LGTBI –que ahora la analfabeta Irene lo asocia con el feminismo– entraban dentro de un terreno tan desconocido para mí como podría ser el lenguaje mandarín o hebreo. Es decir, leía declaraciones o tuits de los activistas y luchadores por la igualdad, y no entendía absolutamente nada. En primer lugar, porque el feminismo y la lucha por los derechos de los homosexuales se ha convertido en un negocio que debe de ampliarse cada vez más para dar cobijo al número creciente de parásitos y victimarios que quieren hacer de esos movimientos un modo de vida y de negocio, ya sea político y/o económico. Hay quien se atreve a explicarnos que estamos en una etapa de conseguir «nuevos derechos», pero llega un momento donde ya no existen nuevos derechos que conseguir, sino simple y llanamente nuevos privilegios que disfrutar.
Cuando uno se asoma a este océano de luchas feministas, LGTBI y queers, debe entender que estamos asistiendo a un proceso cuyo objetivo principal es la destrucción del viejo mundo conocido, donde los valores occidentales y liberales deben de ser superados y sustituidos por unos nuevos inventados por una izquierda totalitaria deseosa de ser esa nueva religión secular para unos ciudadanos alienados y sometidos al burka ideológico de la llamada cultura de la cancelación o woke. O lo que es lo mismo, las teorías críticas de, que suponen una enmienda a la totalidad de nuestro pasado y de nuestra evolución. Así, por ejemplo, en EE UU aparece la teoría crítica racial, donde los blancos no solamente deben de arrodillarse a cada paso ante la gente de color, sino que se exige una reparación para todos los negros por lo sucedido hace siglos con sus antepasados esclavizados. No se trata de luchar contra el racismo; se trata de imponer un nuevo racismo donde los negros tendrían una serie de privilegios a costa de la raza blanca, que debería de purgar a diario sus pecados racistas interminables.
Respecto al movimiento LGTBI, cada año se hace más patente su principal obsesión, que es recordarnos a todos los gays que no se puede ser maricón y de derechas. Bueno, incluso ni siquiera de Ciudadanos, un partido que desde siempre ha trabajado y defendido los derechos de los homosexuales y que hace dos años fue insultado, escupido y expulsado del Orgullo mientras el ministro autobusero de etarras se dedicaba a falsificar informes policiales contra los agredidos. Cada vez es más frecuente darse cuenta de como el activismo gay en nuestro país busca concienciar a los homosexuales de que su orientación sexual es una especie de cárcel ideológica donde no cabe la libertad: o votas izquierda o no eres digno de disfrutar del respeto de otros homosexuales.
No voy a negar, en ese sentido, el mérito que tuvo Zapatero al apostar en aquel entonces por el matrimonio homosexual. Pero siendo esto un acierto que abrió muchas puertas a la tolerancia social, no es algo que pueda compensar nunca el destrozo que hizo y sigue haciendo a nuestra democracia y estabilidad. Al igual que el no olvidar al infame Rajoy y su obsesión por recurrir el matrimonio gay, no significa que no podamos aceptar la evolución del PP en su postura ante los derechos civiles de los homosexuales. El problema de la lucha por los 'derechos' es cuando esta se convierte en un rodillo totalitario que pretende parasitar ideológicamente a un colectivo y en ensanchar cada vez más una identidad personal y sexual para que quepan todas las nuevas variantes de tarados que se inventan absurdas formas de autoetiquetado.
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