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Opinión ·

Manuel Alcántara era un poeta de los que hacen tanta falta en este mundo de prosa distraída

ELENA MORENO SCHEREDRE

Viernes, 19 de abril 2019, 19:40

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Ponía la mirada en el mar para escribir junto a una ventana por la que, como él decía, entraba un «brioso sol». No solamente tecleaba en su vieja Olivetti sus magníficas columnas diarias, sino unos poemas llenos de incertidumbre, de sur y de esa universalidad que traducía como nadie al esperanto de las emociones. Yo supe de él porque lo primero que hacía mi padre cuando abría El Correo era ir a la columna de Manuel Alcántara. Mientras leía, lo veía sonreír, asentir y suspirar incluso, así que también yo me apunté a la costumbre. Una columna parece algo inocente. No tiene titulares que adviertan o presagien, solo palabras encadenadas para sujetar al lector e invitarle a mirar lo que una ve. A veces se consigue encadenar la jorobada actualidad con la serpentina de emociones que te invade cuando registras los movimientos sociales, y sobre todo políticos. Y escribes, que a veces es como trabajar en la mina, pero si no lo haces echas de menos vivir sin aire.

Los hombres libres, desatendidos de dioses y subvenciones, tienden a comerse el mundo, y lo que es mejor, a digerirlo. Se beben los océanos para saber a qué sabe el mar y se toman un Martini, o un Gin Tonic, para olvidar el sabor. Miran y ven. Tocan y sobre todo sienten, para luego destilar las esencias con esa pasión que algunos tenemos por la palabra precisa. Manuel escribía una columna diaria, no tenía miedo de escoger mal las palabras adecuadas, y decía que había que prohibirse el pesimismo, que el mundo parecía a punto de hundirse, pero que de momento sobrevivía.

Militaba en la esperanza, con la ironía y la sorna de quien no necesita tocar la evidencia. Le hablaba al hombre, y a la eternidad de los instantes que sobrevuelan los pensamientos. «Yo no digo ni que sí ni que no. Digo que, si Dios existe, no tiene perdón de Dios. No digo que sí ni que no, digo que me gustaría que él también creyera en mí. Yo no le guardo rencor. Si le encuentro alguna vez, nos perdonamos los dos», decía uno de sus maravillosos poemas. Había nacido en Málaga, ciudad a la que adoraba, hace 91 años y con su matizado optimismo advertía que pertenecía a la cosecha de 1928. Era un hombre libre que escribía, un poeta de los que hacen tanta falta en este mundo de prosa distraída. Creo que no se puede decir nada más hermoso.

Yo imagino que fue feliz, porque quien escribe poemas y columnas se pasa la vida compartiendo lo íntimo que tiene y eso, a pesar de los pesares, produce mucha felicidad. Un día coincidimos en la presentación de un libro de poemas de un amigo común. Había poca gente en la librería, lo normal cuando se trata del humilde género literario. Me acerqué a él, con la torpeza que imprime la veneración. Lo hice con la intención de llamarle maestro. Creo que si no me falla la memoria no he vuelto a emplear esa palabra.

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