Los recientes resultados de las elecciones catalanas están relacionados con la adopción de las políticas culturales. La coexistencia armónica entre el castellano y al catalán, ... lenguas oficiales del Estado y de la Comunidad Autónoma, refleja el nivel de convivencia ciudadana. Tendríamos que remontarnos al comienzo del siglo pasado para observar la deriva ideológica de esta región, con la lengua como referente. El catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de Alcalá, Javier Paredes, acaba de coordinar con otros colegas de esta disciplina un trabajo riguroso: 'Los números de Franco. Sociedad, economía, cultura y religión', Ed. San Román. En la posguerra se potenció en nuestro país la cultura nacional sin olvidar la regional. La Sección Femenina conservó y divulgó el folclore, del que hizo gala durante todo el régimen. Buena prueba de ello son los trajes regionales, los coros y las danzas, la gastronomía y música regional, con aquellas coloridas «demostraciones sindicales» del Primero de Mayo (la sardana catalana, la muñeira gallega, la jota aragonesa, el aurresku vasco, el flamenco andaluz, el chotis madrileño…). Estas tradiciones populares tuvieron lugar desde 1956 a 1975 en el Santiago Bernabéu, salvo en 1960 que se celebró en el Camp Nou, porque el generalísimo se encontraba en Cataluña.
La enseñanza del castellano pretendía que todos los españoles tuvieran igualdad de oportunidades, sin que se persiguieran las lenguas periféricas. Sirva como botón de muestra el reglamento del notariado de 1944, que facultaba a los fedatarios públicos a que los documentos en los que alguno de los otorgantes estuviera sometido al derecho foral, se redactará en ambas lenguas. Desde la revista 'Arbor' intelectuales como Rafael Calvo Serrer –opositor franquista y presidente del Consejo de Administración del diario Madrid– o Florentino Pérez Embid reivindicaban con Prat de la Riba la centralidad de Cataluña en la construcción de España. Se impulsaron editoriales, libros, escritores y artistas que se expresaron en las lenguas periféricas. Basta recordar las obras de Villalonga, Josep Pla y Salvador Espriu. Durante la visita de Franco a Cataluña, en junio de 1952, se inauguró la cátedra Milà i Fontanals para el estudio científico de la lengua catalana. Recién fallecido el poeta Joan Margarit sirva de homenaje sus palabras poco sospechosas de catalanofobia: «Tenemos un complejo de país pequeño y lengua minoritaria, una excusa para alimentar nuestro victimismo». Aunque el régimen franquista favoreció el monolingüismo en castellano, en 1975 se firma un Decreto en el que «incluye el cultivo de la lengua nativa como medio para lograr una efectiva incorporación de las peculiaridades regionales al patrimonio cultural español».
Se da la paradoja que en el denostado régimen antidemocrático se preserva mejor la enseñanza del castellano —la lengua de Cervantes y de más de 500 millones de personas en todo el mundo— que en el actual gobierno frentepopulista. Cincuenta años después de la ley de educación de 1970, la LOMLOE de Celaá suprime la mención del castellano como lengua oficial del Estado y como lengua vehicular en la enseñanza, que, según la Constitución, se tiene el deber de conocer y el derecho de usar. Nunca antes los distintos gobiernos de 'Madrit' (Suárez, González, Aznar, Zapatero y Rajoy) habían llegado tan lejos en las desacertadas concesiones a la vesania independentista catalana a cambio de apoyo político. Con el relativista Sánchez se ha dado una vuelta de tuerca más, maniobrando de forma 'redonda' al aprovechar la baja participación en plena tercera ola de pandemia. Pese a que el candidato socialista a la Generalidad, Illa-maravilla, ha sido el gestor de la crisis sanitaria con más de cien mil fallecidos, la maquinaria propagandística le aboca a ganar las elecciones. Dentro de la gravedad, la reedición del tripartito (PSC-ERC-ECP) sería lo menos lesivo; aunque en el horizonte planee el referéndum de la autodeterminación, incluida la amnistía por actuación golpista del 1-O.
En la oposición se confirma la cuasi extinción de Cs, que, llamado a ser muro de contención del nacionalismo, pierde casi un millón de votantes. La misma dirección apunta el PP –comprobaremos si es extrapolable–, con una estrategia suicida desde la moción de censura, cuya autocrítica se limita al cambio de la sede de Génova. Al menos, salvan los muebles la fulgurante irrupción de Vox, todavía insuficiente para vencer a la hidra, que la complicidad de los gobiernos democráticos ha ido alimentando.
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