Amor de madre
«Muchas maravillas hay en el universo; pero la obra maestra de la creación es el corazón materno», Ernest Bersot
Justa Gómez Navajas
Jueves, 8 de mayo 2025, 23:39
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Justa Gómez Navajas
Jueves, 8 de mayo 2025, 23:39
Como si de un viejo tatuaje se tratara, en el alma llevamos impreso el amor de madre, ese que nos cría y acompaña hasta que ... la ley de vida, tristemente, determina el final, pero que está llamado a perdurar en el recuerdo siempre, por toda la eternidad. Porque una madre es el desvelo permanente, el vínculo indeleble, quien nos trajo al mundo. Es el amor sin caducidad, sin medida, a perpetuidad. Por eso, un domingo de mayo es poco para homenajearlas. Se queda corto. Todos los días merecen reconocimiento las madres por estar ahí, a nuestro lado, sin pedir cuentas. Son, casi siempre, junto con los padres, ejemplo y modelo, referente, norte y guía, brújula en las zozobras, ancla en el oleaje, luz en los apagones de la vida. Sin las madres, el sol palidece y la vida, forzosamente, pierde su brillo y se tambalea si falta ese pilar esencial que sostiene la existencia desde nuestra llegada al mundo. Aún quedan madres que crecieron sin luz y sin agua corriente en sus casas, y muchas abnegadas y que no pudieron estudiar y no hicieron otra cosa en su vida que volcarse en sus hijos, como se sigue volcando la inmensa mayoría de las madres, a menudo trabajando dentro y fuera de la casa para darles lo mejor a sus hijos, viéndoselas y deseándoselas para compaginar trabajo, familia y cuidados a sus mayores.
El mejor homenaje a las madres es el que se les hace en vida, cuando aún se está a tiempo, antes de que deje de ser posible darles un beso y solo quede el recuerdo. Más valen detalles diarios mientras viven que besos al cielo y flores luego. No importa si ya no conocen, si están en una residencia, si repiten treinta veces lo mismo. Nosotros sí sabemos quiénes son y las horas que pasaron limpiando y planchando, y preparando la comida para que estuviera la mesa puesta cuando llegáramos del colegio, de la Universidad o del trabajo. Sabemos de su preocupación constante, de su sentir como propias las alegrías de sus hijos y sus penas. Las madres buenas son –como los buenos padres– un regalo inmenso que la vida nos concede. Su sinvivir y su amor, de riego constante e inagotable, a nada equivale, con nada puede compararse. Las madres hacen buena aquella frase de S. Juan de la Cruz: «El alma que anda en amor ni cansa ni se cansa». La de las madres es incansable. Ellas están de guardia continuamente, 24/7, todos los días, de todos los años. Son referentes que, con su hacer diario, sin darse importancia, nos enseñan lo que de verdad importa, las mejores lecciones para conducirse por la vida. Son la bondad, la generosidad sin límites, la ternura infinita, inmejorable compañía. En ellas se encarna el amor sin filtros, el que «disculpa sin límites, cree sin límites, espera sin límites» (1 Cor 13, 7). Las madres: corazón desprendido, que late, hasta su último aliento, más por sus hijos que por ellas. Son oasis, refugio, puerto, cobijo, cariño verdadero, sin fingimiento. La donación más grande que la vida nos hace desde que nacemos. Un domingo de mayo y la vida entera se quedan cortos para agradecerlo.
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