Jugando a las barricadas
La zaranda ·
Suárez, González, Aznar o Zapatero tuvieron que claudicar y ceder ante las demandas que desde el gobierno catalán se pedían a cambio de votosManuel molina
Sábado, 19 de octubre 2019, 22:56
En mil ochocientos sesenta y dos Víctor Hugo públicó una de sus más grandes obras los Miserables y creo uno de los personajes inmortales de ... la literatura universal, Jean Valjean, tocado por el destino trágico en medio de varias revoluciones. Reivindicaciones violentas para conseguir una sociedad más justa, derechos fundamentales. Una de las escenas que ha quedado como tópico de esa novela, la reproducción de unas barricadas en la revolución de 1848 producida en Francia. Resulta tan icónica que el musical consecuencia del libro lo ha convertido en uno de los escenarios más reconocidos durante décadas en los escenarios. Un halo romántico de la revuelta popular ha quedado de esas escenas, que siempre son amables cuando no ocurren cerca, cuando no se viven en realidad y pertenecen a la ficción.
Resulta inevitable tener que escribir sobre las protestas en Cataluña después de la sentencia que ha recaído sobre los políticos presos. Igual de inevitable es la tristeza con la que se presencia todo lo que ocurre y el punto al que se ha llegado. Recuerdo todos los abrazos envenenados de los políticos catalanes, a los distintos presidentes que han tenido que contar con ellos para alzarse con el gobierno nacional. Suárez, González, Aznar o Zapatero tuvieron que claudicar y ceder ante las demandas que desde el gobierno catalán se pedían a cambio de votos. Un canje que poco a poco, desde la escuela, desde las asociaciones culturales, desde las prebendas institucionales iba pariendo huevos de serpiente. Hasta que eclosionaron y a la voz de ya comenzaron a desarrollar los actos para los que fueron creados, lanzarse por las calles a levantar barricadas incendiarias. Todo sucedía como se había pensado.
Dos cuestiones me han llamado siempre poderosamente la atención del conflicto catalán. Por una parte, el liderazgo de la derecha burguesa y tradicional a la hora de encabezar una revolución. Por otra parte, el incomprensible voluntariado y apoyo incondicional de la izquierda para actuar como brazo ejecutor de su, en teoría, antagonista. Clama al cielo el abandono de la causa internacionalista que se presupone en partidos de izquierdas para abrazar la causa ombliguista. Tanto es así que sus cachorros se han mimetizado con auténticos pijos. Han decidido jugar a la revuelta, que siempre es molona y atractiva a determinadas edades. No saben quién sea Jean Valjean, pero juegan a serlo y en su frivolidad, alejada de las grandes causas que demandan la dignidad de los más desfavorecidos, como con arredros han defendido los jubilados en Madrid, se hacen autorretratos delante de los contenedores que arden y delante de los antidisturbios, como si fuesen héroes que están derrocando su destino.
Siempre me ha dado pena quienes ejercen de tontos útiles, de mamporreros voluntarios para ser el brazo de todos aquellos que apenas pisan el suelo de las calles, que lanzan soflamas incendiarias para que otros prendan mechas y les parten la cara, de cínicos manifestándose contra sí mismo, de aquellos que manejan muchos teléfonos de entidades situadas en Andorra o en Suiza, de aquellos que huyeron cobardemente y se presentan como santos laicos, de aquellos que desprecian todo lo que no son ellos y que incluso creen tener otra sangre diferenciada por sus venas. Qué pena, qué miseria.
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