Divorcios
«Hay que tener en cuenta la realidad de que también existen las uniones entre personas del mismo sexo. Y, en estos casos, las rupturas que se registran son muy inferiores»
Yo no sé qué pensará usted, pero a mí me parece que divorciarse tiene mucho de fracaso. Aunque parezca paradójico, hay que alegrarse de que ... estemos en una época en la que divorciarse es algo que se puede hacer sin mayores complicaciones. Lo digo porque, en el pasado, yo he conocido varios casos de parejas -para mí cualquier unión hombre y mujer tiene el valor de un matrimonio- que andaban rotas de hecho, y no se planteaban la separación. Los motivos, ya lo sabe usted, era un régimen en el que el catolicismo tenía un papel predominante. No se concebía -salvo casos muy raros- ningún tipo de convivencia que no estuviera santificada por el sacramento.
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Insisto en que hay que celebrar el hecho de que las parejas puedan separarse con facilidad. Y la fórmula más radical es el divorcio. Lo que no excluye otras modalidades, como la decisión compartida del cese de la convivencia.
Pero hay que entender como un fracaso que una pareja que haya acudido con su mayor ilusión a un órgano legitimado para oficializar su voluntad de vivir juntos tenga que desistir del intento. Y, sobre todo, cuando esta ruptura se produce al poco tiempo. Es el caso de lo que escribía el otro día Bernardo Abril: la mayoría de los divorciados en Almería no superaba los cinco años de vida en común. Peor, claro, los doce matrimonios que han roto su pacto de convivencia antes del año.
Sin duda vivir juntos es algo que hay que aprender a gestionar. Como suele decirse, cada uno es de un padre y de una madre. Y, aunque el amor sea algo que puede llevar a la heroicidad, en los casos de dos personas que pasan muchas horas juntas y que han de enfrentarse a no pocas dificultades de todo tipo, los desencuentros van minando ese sentimiento. Porque vivir juntos significa renunciar a muchas cosas, a tener que cambiar los puntos de vista individuales en beneficio de una gestión conjunta. Además de aspectos no previstos cuando cado uno vivía en una casa distinta. Por supuesto, también conocer ciertas características de la otra persona que habían permanecido ocultas antes de compartir tiempos y vicisitudes.
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Reconozco que, cuando hablo de matrimonios, suelo estar pensando siempre en la unión entre un hombre y una mujer. Pero hay que tener en cuenta la realidad de que también existen las uniones entre personas del mismo sexo. Y, en estos casos, las rupturas que se registran son muy inferiores. Así que estas uniones suelen tener mayores garantías de continuidad.
Un asunto importante en esto de los divorcios o separaciones es la probabilidad de que haya descendientes, lo cual lleva al conflictivo asunto de designar a quien se hará cargo de ellos. Afortunadamente, al menos en los casos registrados en Almería, la mayoría no tiene hijos, aunque en algunas familias hay un descendiente. Como suele ser lo habitual, es más frecuente que la madre se haga cargo de él. Mi opinión es que, salvo casos excepcionales, la mujer suele tener mejor perfil para cuidar a un crío.
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Me quedan dos datos a los que aludir: uno se refiere a quiénes suelen presentar la demanda. Aquí es más frecuente que sea la mujer (con no mucha diferencia). El otro dato hace referencia a la nacionalidad de los divorciados: son todos de origen español. Es, más o menos, lo que cabría esperar.
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