Huesos de Aceituna

Día internacional de los trabajadores, sin más

La tradición se redujo al ámbito civil y al trasiego gastronómico, y el resto fue diversión joven y fresca pegada a la tierra que pisamos hoy.

José Luis González

Viernes, 10 de mayo 2024, 23:58

El día 1 tuvimos la ocasión de celebrar el Día Internacional de los Trabajadores. Que, casualmente y porque el Papa Pío XII así lo decidió ... en 1955, coincide con la festividad católica de San José Obrero o Artesano. Es decir, antes fue lo primero y después fue lo segundo, perdonen la perogrullada. Aunque la Iglesia Católica pretenda apropiarse de todo, lo divino y lo humano, de la verdadera naturaleza de esta fecha no puede. Fíjense que siquiera el dictador Franco mostró el menor aprecio por ella por considerarla 'subversiva' –una de esas palabrejas que tanto gustaba usar a semejante sujeto–. Así, acabó con esta celebración en 1937, una vez llevado a fin su golpe de Estado. Aunque ya durante la dictadura de Primo de Rivera fueron prohibidas las manifestaciones convocadas cada primero de mayo. Eso sí, durante el franquismo, como no podría caber de otro modo en aquellas cabezas, lo que se celebraba era la Fiesta de Exaltación del Trabajo, haciéndola coincidir con la fecha de lo que se dio en llamar de modo falsario 'alzamiento nacional', es decir, el día 18 de julio. Siquiera con el reconocimiento del Sumo Pontífice de la Iglesia Católica el dictador bajo palio cambió la fecha.

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Y es que verán, desde el siglo XIX, la Asociación Internacional de Trabajadores (AIT) o Primera Internacional -organización fundada en Londres en 1864 que agrupó inicialmente a sindicalistas ingleses, anarquistas y socialistas franceses e italianos republicanos- comienza a celebrar este día en conmemoración del inicio de la huelga que había tenido lugar en Chicago, en reivindicación de la jornada laboral de ocho horas. Y que desembocó en la Revuelta de Haymarket, tras la que fueron ejecutados varios obreros anarquistas que son recordados como los 'mártires' de Chicago. Por tanto, como resulta evidente, el Día Internacional del Trabajo es un día de reivindicación obrera y de lucha de clases. Sin más.

Razones por las cuales, el 1 de mayo de 1978, una vez muerto el dictador y comenzado el periodo denominado como Transición, se celebró la primera manifestación autorizada del Día Internacional de los Trabajadores. Fecha que fue consagrada por el Estatuto de los Trabajadores de 1980 como 'Fiesta del Trabajo'. Con lo que el hecho de que esta fecha coincida con el día de San José Obrero o Artesano me es absolutamente indiferente, con todos los respetos a quien con gusto celebre el hecho religioso. Lo que yo voy a celebrar es el Día Internacional de los Trabajadores, que no es otra cosa que la reivindicación del derecho inalienable de todo ciudadano y toda ciudadana mayor de edad a acceder a un trabajo con un salario digno, que contribuya a su realización personal y a su independencia económica. Mucho más si se trata de personas jóvenes o aquellas cuya actividad laboral se circunscribe al ámbito cultural, que hoy por hoy son sin lugar a dudas las más maltratadas en el mercado laboral.

Y yo, que soy como ustedes bien saben un socialista irredento, me dispuse este año a disfrutar la jornada en concordancia con esas reivindicaciones. Asistiendo a un conciertazo de música punk y rock en la sede de una formación política amiga, la de Izquierda Unida. Con dos bandas cazorleñas, Azogue y Burana, que llenaron la sala y que hicieron las delicias de todos y todas, tras degustar la suculenta gachamiga que elaboró Kiko Amores, uno de los mejores gachamigueros de Cazorla. La tradición se redujo al ámbito civil y al trasiego gastronómico, y el resto fue diversión joven y fresca pegada a la tierra que pisamos hoy.

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Precisamente, rodeado de tanta gente joven y celebrando además el cumpleaños de un buen amigo –uno de los organizadores del acto-, con el que mantengo largas conversaciones sobre lo humano, no podía dejar de pensar en la falsa dicotomía de esta fiesta que quiero reflejar en la pieza que ahora leen. Precisamente en estos días de abril y mayo, donde mezclamos con tanta ligereza lo civil y lo eclesiástico, lo laico y lo religioso, excusándonos en tradiciones que, en parte, no son tales porque son costumbres, como quien dice, de ayer o de antes de ayer. Entreverando en semejante trampantojo incluso a más jóvenes de los que conmigo disfrutaron de la música de Azogue y Burana, e implicando a los centros escolares públicos de Educación Primaria, donde estudian menores de edad y que deberían ser templos inviolables del humanismo, la razón y los valores democráticos.

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