Teatro de calle en Cazorla. J. L. González
Huesos de Aceituna

Tan cerca, tan lejos

Los y las jóvenes de entonces somos los adultos de ahora. Y creo que no hemos cogido el testigo cuando ya el siglo XXI se hace mayor.

José Luis González

Sábado, 7 de octubre 2023, 00:01

Se acerca el inicio del Festival Internacional de Teatro (FIT) de Cazorla, hoy llamado por razones administrativas –y de no fácil explicación- Teatro en Cazorla; ... aunque, de todos modos, el apelativo de internacional sea ya, por desgracia, un detalle casi anecdótico. Las calles y plazas de este municipio en el que nací y donde vivo se volverán a llenar, durante el puente del Pilar, con toda la pasión por las artes escénicas que destila el ciclo de 'Calle' de este evento; y el Teatro de la Merced recompondrá su triste figura –los años no pasan en balde– para contener los programas de 'Sala' y 'Teatrino' hasta diciembre.

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Cumplirá el FIT –seguiré llamándolo por ese nombre incluso corriendo serio peligro de que algún funcionario se me lance a la yugular– más de un cuarto de siglo y noto que también yo cumplo años con él. El otro día me recalcaba esto mismo un amigo con el que coincidí en la caja del supermercado: «Te haces viejo, José Luis», me dijo. Aunque intenté recomponerme del enviste pensando, como siempre, que no es así y que ningún tiempo pasado fue mejor, no pude contener las palabras con las que reaccioné a su afirmación: «Llevas razón», le contesté.

Pues eso, veintisiete años que fueron precedidos de una década -desde mediados de los 80 del pasado siglo- en la que el teatro se coció a fuego lento en entre la juventud cazorleña junto a otras artes, como la música. Con la llama de una pasión que nacía del Instituto de Bachillerato 'Alto Guadalquivir', avivada por profesores y profesoras como Francisco Zaragoza, al que tantas veces he nombrado en esta columna, y otros más que consintieron e incluso animaron nuestras 'locuras'. Los chavales y las chavalas de 14 a 18 años rompimos nuestras cadenas mentales, culturales y religiosas para lanzarnos de cabeza a ese océano de libertad y conocimiento terrenal que tanto nos ha servido el resto de nuestras vidas. Allí aprendimos a leer y a escribir correctamente, a respirar intelectualmente entre textos de un sinfín de autores; a vivir sobre las tablas de un escenario otras vidas, diversas y extrañas, muy distintas a las que nos habían acostumbrado las cuatro paredes entre las que habitábamos.

También aprendimos a convivir y a compartir inquietudes de todo tipo. Ajenas o, si acaso, complementarias al sonido del gol en el campo de fútbol o a las campanas de la iglesia. Soñábamos con salir del pueblo y entrar en la ciudad, incluso sin necesidad de movernos de Cazorla. Abrir fronteras físicas y mentales en un municipio que entonces contaba con 10.000 habitantes. Y creo que en gran medida lo conseguimos. Aquella pequeña llama prosperó para convertirse en fuego, en un incendio del que nacieron el propio FIT, el BluesCazorla, la Noche de la Tragantía, el festival de flamenco... Hasta que Cazorla se convirtió en un referente cultural de la provincia, e incluso diría que de Andalucía. Era la 'Ciudad del Teatro' y 'Cazorleans'.

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Todo germinado entre los y las jóvenes, con la ayuda de determinados adultos que supieron las fibras que tocar. Y desde su territorio, los centros educativos. Sin más medios, sin más dinero del que ahora disponemos. Quizás incluso en un entorno menos propicio a priori. La sociedad estaba entonces menos preparada que hoy para determinadas disrupciones, y la palabra 'cultura' para las instituciones públicas en estos lares se vestía tan solo de corridas de toros, de 'bomberos-torero', de teatro de revista, de verbenas, de santos y de procesiones.

Pero ha pasado el tiempo. Los y las jóvenes de entonces somos los adultos de ahora. Y creo que no hemos cogido el testigo cuando ya el siglo XXI se hace mayor. O, quizás, nos estamos relajando y hemos dejado que el pasado nos entre de nuevo por la gatera. Disfrazado de nuevo de aquella 'cultura'. Con mantilla, sotana y casulla. Con cruz, alpargata y refajo. Y con faltas de ortografía. Sin complejos. Las procesiones y la evocación de tiempos pretéritos vuelven a estar de moda. El teatro no. La juventud ya no hace teatro. La última hornada de 'teatreros' casi ha entrado ya en la treintena.

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Tan cerca y tan lejos. Tan cerca el FIT, recortado y preñado de estrellas rutilantes, y tan lejos aquel tiempo de la global 'Ciudad del Teatro'. Cuando éramos jóvenes en aquella Cazorla que también quería ser joven. Y ahora, reflexionando al final de esta pieza, creo que debí haber contestado a mi amigo: «Quizás no soy yo, quizás sea Cazorla la que se ha empeñado en ser vieja de tanto mirar atrás».

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