Orquestación social

José García Román

Viernes, 17 de octubre 2025, 23:30

En sus clases de composición, Carmelo Bernaola solía recordar la generalizada confusión de los términos instrumentar y orquestar. La instrumentación es el primer paso a ... la hora de iniciar una obra para orquesta. Decidido el orgánico, viene el ejercicio de componer y orquestar. No abundan los grandes orquestadores en la historia de la música, desde el clasicismo ya avanzado hasta nuestros días. Ravel es cima indiscutible en el dominio de texturas, atmósferas, color y precisión. Hoy, un complejo sistema combinatorio sustentado en los números, surgido de la propia idea de la composición, puede liberar de agobios en ciertas inquietantes dudas.

Publicidad

Orquestación e instrumentación son metáforas sugerentes en nuestra sociedad, acostumbrada a pentagramas difusos y sonoridades vecinas de los 'clusters' –racimos de notas–, soberanos del siglo XX. Los hechos históricos con demasiada frecuencia aparecen desfigurados, repintados, recortados, matizados a gusto de los narradores dependiendo de sus tendencias ideológicas, deformando un pasado con pretensión de dar lecciones sin haberlas aprovechado, obviando las asimiladas desde un estricto análisis, sin otra presión que el afán de servir al propio ideario moral y despejar incertidumbres y suspicacias.

No extraña por tanto que la orquesta social sea incapaz de interpretar el papel pautado de su atril y en el mejor de los casos se entregue sin remedio a una improvisación, a mostrar un entusiasmo virtuosístico basado en la nada o a refugiarse en apariencias, exhibiendo gestos expresivos distantes de la música real, humillando el atril o el podio con una actitud ridícula y caricaturesca. Porque hay medios suficientes para leer los pentagramas del concierto vital.

La democracia legítima se asemeja a una rigurosa orquesta en la que, asumida la responsabilidad de ciudadano, nadie puede zafarse del deber de interpretar lo que proceda según el momento, previa afinación, revisión de partichelas, y por supuesto dirigida por la inflexible batuta de una Constitución que exige respeto y cumplimiento de sus preceptos e indicaciones. ¿Vivimos indiferentes a la diaria tarea 'musical', quizás sumisos a una selección de canales de comunicación en una burbuja elegida, con auriculares a convenir y mordaza de oro, insensibles a la cita del compromiso, en un limbo artificial a modo de juego de arquitectura de regalo de Reyes de ayer?

Publicidad

La genuina historia de los pueblos nunca encuentra una narración fiel. Son excesivas las circunstancias que lo impiden. La única ley que ampara la llamada 'memoria histórica' es la que surge de una fuente escrupulosa. Lo demás es manipulación, sea cambiando dinámicas en función de los intereses políticos o privados, modificando suaves momentos de cuerdas en fieros compases de metales acompañados de una percusión agresiva, o ahogando, desvirtuando o mutilando voces a conveniencia y criterio del 'orquestador' u 'orquestadores' de turno, con la anuencia de voluntarios atriles dispuestos a leer los pentagramas que les coloquen.

En ocasiones, sutilmente se nos llega a decir que soñamos con un quimérico sol de justicia, sin obstinadas nubes de espesura, y a renglón seguido se nos ofrecen ensoñaciones de transparencias y extensas llanuras de campos de verdor en una pantalla imaginaria, en la que se proyectan sueños creyendo que una sociedad puede subsistir sin rayos solares que traspasen oscuridades, perforen muros, detecten engaños. La realidad es que sin luz no hay existencia humana. Una luz que asimismo ahuyente sombras ocultas en callejuelas traicioneras, en apagones inesperados, en tormentas de desolación, y despierte humillantes silencios para transformarse en impulsores de reflexión, creatividad y solidaridad. Son demasiados los demonios expertos en ponernos la zancadilla a diario. El exministro de asuntos exteriores Fernando Morán dijo en 1991 que la democracia no estaba amenazada por ninguno de nuestros demonios familiares, salvo uno, «la apatía de la vida política», sentenciando que «el debate político español está ayuno de reflexiones» –'Tiempo de reformas'–. ¿Y hoy?

Publicidad

La memoria del mundo, con independencia de que esté escrita, vive a la intemperie, por lo que no requiere maquillaje alguno. Aunque es transparente, posee suficiente presencia para provocar sonrojo ante restauradores irresponsables, falta de respeto al hecho histórico o insensibilidad al dolor de otros, sin adjetivos degradantes, con la aspiración de clausurar ilusorias habitaciones incómodas, cuartos oscuros, sótanos, recuerdos, fotos de familia, subestimando la 'condición humana' necesitada de cribar lo inhumano, principalmente el cínico fingimiento y la simulada sinceridad. La hipocresía es la dueña y señora de quienes seleccionan los pasajes de la historia conforme a un parecer oportunista, sustituyendo escenas, convirtiendo dramas en tragedias, confundiendo efectos con causas, invirtiendo el protagonismo de actores como si se estuviese narrando la vida de la caverna milenaria. Por eso la inexcusable necesidad del examen de conciencia individual y social. Ha dicho el filósofo francés Roger-Pol Droit: «Una vida que no es examinada, no merece la pena ser vivida».

Si no queremos o no sabemos instrumentar y orquestar la obligada partitura social, no manchemos papeles pautados, ni cerremos o clausuremos ventanas y postigos de nuestro hogar, ni consintamos que el populismo imponga sus consignas recordándonos a Larra con aquel «¡vamos a las máscaras, bachiller!». La razón no quiere 'percusión', sí una sección de aterciopelada cuerda con sordina. Sólo se impone 'in extremis' con un rotundo golpe de timbal. No existe mayor protesta ensordecedora que una inmensa manifestación sosegada y silente de ciudadanos. La democracia es paz interior y exterior, contraria a humillación de inteligencias y buenos corazones. Es preciso, por tanto, formarse en 'instrumentación' y 'orquestación', evitando que la partitura de la democracia se asemeje a una vulgar aparición. Y todo esto sabiendo lo que no se sabe, a manera de quienes proclaman cada amanecer «sé lo que no sé».

Publicidad

Es tiempo de compartir verdad y generosidad de la mano de un intenso silencio para poder modular el sonido social, sin euforias ni optimismos desbordados. Victoria Camps ha afirmado que nos han engañado con la libertad, y «nadie se para a pensarlo». Esto nos recuerda su consejo de «aprender a vivir con la soledad no deseada»: auténtico espíritu numantino.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €

Publicidad