Acoso a nuestra Constitución
José García Román
Viernes, 29 de noviembre 2024, 23:03
Padecemos un grave conflicto social. El fuego no apaga fuegos. El odio no sofoca odios. Los odiadores no son idóneos para denunciar odios, sí para ... usar el lanzallamas. Es evidente que la convivencia está sufriendo una subida de 'temperatura' insoportable. Hay ciudadanos que han decidido no estar en puestos de responsabilidad política porque saben lo que es la obligación de informar y explicar sus propias convicciones ajenas a fanatismos ideológicos, con palabras encarnadas en hechos que no tengan que ver con el «y tú más»: reflejo de una desconsideración hacia los que depositan su voto desde la credibilidad y esperanza. Ciudadanos que detestan las voces y los insultos en sede parlamentaria pues son signos palmarios de ausencia de razón; ciudadanos conscientes de que su verdad ha de acercarse a la verdad, y que exigen que no se les mienta, que no se turbe la voz de sus conciencias.
La credibilidad política se encuentra bajo mínimos. Si sopla el viento de poniente se dice que es de levante, si sopla del norte se dice que es del sur, si no estás conmigo estás contra mí. La verdad y la mentira se confunden. Fiarse y ser fiables son indispensables requisitos en una comunidad que apueste por la tolerancia, de la mano de una justicia con ojos vendados.
Continuamente me reafirmo en la no conveniencia de hablar tanto de democracia. No existe tal sistema de gobierno. Sólo es una aspiración. Y así será siempre, asumiendo el complejo de Penélope: tejer de día y destejer de noche. Generalmente acostumbran los gobiernos a 'destejer' lo que 'tejieron' los anteriores para dejar claro quiénes mandan. La democracia encierra demasiadas trampas y excesivas excusas, principalmente porque el concepto 'demos' necesita debates constructivos y serenos, y el 'kratos', ¡para qué hablar! Las democracias genuinas son incoloras, como el aire que nos da vida. Las impostoras no, pues están contaminadas y contagian. Por tal razón es natural que el pesimismo se apodere de gran parte de la ciudadanía que en ocasiones exclama: «¡Que se voten ellos!».
¿Que la Constitución es zarandeada a diario de diversas maneras y con descaro?, es incuestionable. Voces con autoridad moral lo sostienen. Obsérvese el asunto de la 'independencia' de poderes. Entrar en política implica colgar el 'yo' en la percha y vestirse del 'nosotros'. ¿No es lo que propone la Constitución, ofendida en sus símbolos permanentemente? Lo de la 'igualdad' es de traca, y no requiere explicación.
Si se desea cambiar la Constitución, primero es preciso cumplirla, avalada por juramentos o promesas, sin adherencias estrafalarias que pretendan mofarse de la Carta Magna. «Ni Dios ni amos», se reivindicó en el siglo XIX. ¿Pero sí adorados 'dioses' y reverenciados 'amitos' con sutiles mensajes de complacencia? Es utópico aspirar a una democracia sin 'amos' en la que se practique «no más deberes sin derechos, / ningún derecho sin deber» ('La Internacional'). ¿Pero quién controla el significado de derecho y deber? Conviene que gobiernos y aledaños pasen la 'ITV' de las pruebas éticas y estéticas imprescindibles para depurar las causas de conflictos que nos acosan, para erradicar gritos e invectivas, para que la palabra al desnudo manifieste lo que quiere decir, en un ambiente de silencio elocuente, y de ese modo respetar a la ciudadanía que acata la Constitución, hoy pirámide truncada.
¡Que pare 'esto' ya! ¡Que se dejen las demagogias de izquierdas y derechas, y reluzca la lógica: decentes e indecentes, no corruptos y corruptos, leales y desleales, servidores y apoderados, y se subraye la realidad del ser humano de corazón limpio que habla por sus pálpitos mesurados, arriesgándose, y no miente! ¿Utopía? En eso estamos desde los inicios de la cultura.
¿Hay soluciones? Ciertamente: separación de poderes, con severas sanciones a los que conculquen las normas. Y nada de aforados. El único aforamiento que debería existir, por supuesto para toda la ciudadanía, es la honradez, la actuación transparente y los tribunales. La sociedad sana se caracteriza por ahuyentar a los 'vampiros' e incrementar los donantes de 'sangre'. Aunque en nuestra 'aldea global' hay quienes se dedican a derramar sangre y lágrimas de sangre, también hay otros que se desangran salvando vidas, sin alardes.
A pesar de incomprensibles frivolidades, siguen a la intemperie crespones negros por las víctimas de la trágica gota fría. Muchos sentimos todavía vehemente soledad y profundo dolor ante actitudes de dureza de corazón, escandalosa carencia de empatía y tardanza en socorrer a las familias damnificadas, mientras veleidosos pensamientos van a la deriva, pese a que lo nieguen optimistas a tiempo parcial. Por eso los mudos sepulcros no cesan de gritar: «¡Basta de palabras!». Y es que en la auténtica democracia se necesitan faros que soporten los embates de los mares y auxilien con su luz a los náufragos.
En la tragedia de Valencia ha resplandecido nuevamente la ejemplaridad ciudadana ofreciendo sus manos, donando alimentos, medicinas, artículos de primera necesidad o dinero de solidarios empresarios y abnegadas familias. Unos y otros, en la cercanía o lejanía, con desprendimiento, abrazados de diversa forma al barro; 'barro' con 'barro', como hicieron nuestros Monarcas. El desastre nos recuerda que somos 'barro'. Pero un barro 'bien cocido' puede hacer milagros. Dios creó a Adán del barro. Genial metáfora. Somos vasijas muy frágiles, pero cuántas dan lecciones magistrales de resistencia, como la de un sufriente de la catástrofe valenciana: «Me he dado cuenta de que ahora que no tengo nada, lo tengo todo».
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