Musas
Una obra de arte contiene potencias explícitas e implícitas, y muchas sutilezas.
José Ángel Marín
Jaén
Lunes, 29 de enero 2024, 23:12
Siempre me rondó la idea de que una obra de arte, un cuadro de Velázquez o de Hervás Amezcua, es algo valioso. Es redención. Creo ... que el arte es salvífico para el autor y para cuantos lo contemplan, aunque no todo el arte es contemplativo.
Una pieza de arte, por tétrica o perturbadora que parezca (El Bosco), redime porque la elabora un humano y contiene lo más selecto de sus entendederas. El artista vuelca allí conocimiento e intención, además de esfuerzo, técnica, destreza y, quizá, eso que llaman inspiración; pero que yo llamo 'picar piedra' en el estudio o el taller. Recordemos que lo suyo es que 'las musas' te pillen currando.
Decía que, más allá de la belleza ofrecida, una obra de arte es salvación. Y no solo por la pieza en sí, por su autoría y lo que supone o representa en lo estético, ético y/o utilitario, sino porque lo artístico de verdad (no solo por moda o especulación), es capaz de despertar en las personas esas cualidades que nos hacen diferentes al resto de seres que habitan el planeta (no diré el universo, no sea que haya por ahí, en el cosmos digo, algún marciano, ET u otro ente vivo capaz de desarrollar algo similar a la percepción artística).
Una obra de arte contiene potencias explícitas e implícitas, y muchas sutilezas. Todas ellas potencialidades que generan emociones, analogías e inferencias en quien está atento y capta, a veces a simple vista, y, en ocasiones, descubre perlas escondidas, sugeridas o interlineadas; como puede ocurrir en un texto que también exige algo del lector.
No discutiré hoy si solo son siete las primordiales disciplinas artísticas: pintura, escultura, arquitectura, música, danza, literatura en verso o prosa, y, desde luego, el cine, cuando no es pura propaganda. Pues, de entre los muchos y diversos objetos que el ser humano es capaz de manufacturar, desde un tirachinas a un cohete espacial, la obra de arte tiene un plus, un algo especial y trascendente que la sitúa en un Olimpo para mí sagrado. Que tiene un precio, claro. Pero en el arte lo crucial, lo realmente valioso, es esa suma de intangibles que nos rescatan de la caverna de la insensibilidad, de la ignorancia -o de ambas juntas-, cuando contemplamos la obra con el intelecto y el alma, y no solo con los ojos de la cara.
No diré que esta percepción la tengo desde niño. Aunque creo que algo barruntaba cuando siendo chavea iba al museo Zabaleta de mi pueblo, o cuando siendo un pipiolo me colaba en la Económica de Jaén para escuchar la conferencia de algún sabio. Fue entonces cuando Cesáreo Rodríguez-Aguilera me fue inculcando un sentimiento casi sacro hacia lo artístico. Sin el arte –decía- seriamos desgraciados.
Por eso cuando veo a descerebrados infantiloides y desquiciados indigentes mentales, todos putrefactos de ideologías, arrojar ácido corrosivo, orines o cal viva sobre un lienzo de Da Vinci, creo que es terrorismo del de siempre, no de ese 'light' que ahora nos venden.
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