De Buenas Letras

El silencio como musa

José Abad

Miércoles, 6 de diciembre 2023, 23:10

No sé si será consecuencia de estos tiempos acelerados en que vivimos o si será expresión de nuevos hábitos de lectura que premian lo intenso ... en detrimento de lo extenso, lo cierto es que las formas breves o brevísimas de la literatura están conociendo últimamente una efervescencia digna de estudio; ahí está el 'haiku' en poesía, el llamado microrrelato en narrativa o el aforismo como singular derivación del ensayo. Todos estos géneros comparten un mismo gusto por la concisión, la exactitud y la capacidad de sugerencia. Puesto que no puede desarrollarse la idea en toda su amplitud, el escritor debe conseguir despertar ésta en la mente del lector sirviéndose de unas pocas líneas, unas pocas palabras, unos puntos suspensivos… Estos géneros juegan su baza principal en la elipsis, lo no dicho, lo no escrito. Miguel Ángel Cáliz acaba de hacer una muy personal aportación al aforismo en un librito forzosamente pequeño, irremediablemente lacónico, de una depuración extrema, 'Gramática abreviada del silencio' (Ediciones Traspiés), que indaga justamente en lo que no se dice, lo que no se escribe, lo que se calla.

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Miguel Ángel Cáliz no pretende sentar cátedra ni pontificar; nada más lejos en su ánimo. Cada aforismo empieza con el adverbio de duda 'acaso no' –toda una declaración de intenciones–, rematado por un par de líneas que, en algún caso, podríamos considerar un par de versos, tal es su empeño poético: «Acaso no / el silencio contiene a veces el canto / de pájaros que no existen». El silencio no es uno ni unívoco; hay silencios y… silencios. Según el autor, el silencio tal vez sea una opción sensata al ruido circundante, la estridencia, el bramido, el clamor, que se oyen machaconamente en la banda sonora del día a día: «Acaso no / un instante de silencio calma / un tiempo de silencio cura», escribe Cáliz. El silencio no es uno, sino vario, y él está abierto a diversas posibilidades; en un punto sugiere: «la música es el único rival digno que tiene el silencio», para aconsejar pocas páginas más adelante: «deberíamos ejercitarnos en el silencio igual que nos ejercitamos en la música». En este recorrido, no podía faltar el silencio más rotundo, el silencio más absoluto y abismal, el silencio de Dios, que Cáliz atiende con un punto de sana ironía: «Cada vez que Dios rompe su silencio nace una nueva religión», advierte. Así es. Así ha sido, al menos, hasta ahora.

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