Menudo domingo, oigan. No apto para cardiacos, como decían en la radio viejuna. Por un lado, la agónica y trabajadísima segunda victoria del Covirán, con ... unos imperiales Christian Díaz y Lluis Costa, el Brujo. ¡Lo que sufrimos! Me desgañité en el Palacio de los Deportes y me ha salido voz de Vito Corleone en un reel literario que tenía pendiente de hacer.
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Luego está lo de Argentina. ¿Qué habrá pasado? A las horas en que escribo estas líneas, los colegios electorales siguen abiertos. Desde la distancia y un franco desconocimiento, el tal Milei da miedito, por decirlo suavemente.
Y nos queda el berenjenal de OpenAI, que suena a torneo de tenis, pero que es donde realmente se está dirimiendo el futuro. O el FUTURO, así en mayúsculas. Hablamos de la firma pionera en inteligencia artificial generativa y hace un par de días, su consejo de administración destituyó fulminantemente a su CEO, Sam Altman, a través de videoconferencia. ¿Qué está pasando ahí?
Como si de una nueva temporada de 'Succesion' se tratara, hay hondonadas de navajazos virtuales. ¿En qué afecta este duelo de titanes tecnológicos en nuestro día a día a los vecinos de La Chana y el Zaidín? En mucho más de lo que pudiera parecer. Porque en esto del desarrollo de la IA hay dos posturas enfrentadas: la de quienes quieren ir a toda mecha y acelerar los procesos todo lo posible, buscando una rentabilidad inmediata, y la de quienes abogan por la cautela y la seguridad.
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Según dicen los expertos, los cambios producidos en OpenIA favorecen la línea conservadora. El caso es que Altman mantenía un perfil intermedio y la posibilidad de que funde su propia compañía y se lleve con él a empleados esenciales de la empresa original ha desatado el pánico y se está negociando su vuelta. A ver en qué desemboca, pero tengan por seguro que el aleteo de una mariposa en Silicon Valley puede provocar terremotos en Beiro y Albaicín.
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