Drama en el palacio

Hubo un momento, a mitad del último cuarto, en que por delante de nuestro asiento pasó un policía con las hechuras de Robocop portando uno de esos escudos protectores que solo con verlo ya daba miedo. Y es que la cosa estaba que ardía, más que calentita, por culpa de un arbitraje escandaloso que nos deparó un indignante concierto de silbato. ¡Hasta 51 tiros libres concedieron a Lleida, entre personales y técnicas! Con cuanta generosidad se las repartieron al Covirán, por cierto.

Dicho lo cuál, debemos ser honestos y reconocer que, en el momento de la verdad —incluso en los de la 'mentira'— pecamos de pardillos, regalando balones en los saques de banda y dejándonos quitar rebotes a punta de pala. ¡Incluso entregando la bola al rival! Sin olvidar la pardillada máxima, 3 arriba y con 20 segundos…

Al salir de la cafetería, por la mañana, el bueno de Álex me despidió con un cómplice «anda, anda. Si siempre estáis igual y al final os acabáis salvando» cuando le dije que teníamos una auténtica final por delante. Ojalá tenga razón, pero aquí y ahora, lo veo en globo. En un par de días volveré a ser optimista, espero. Pero lo de esta temporada está siendo complicadito en exceso. Hay un error de bulto y de partida que se ha hecho especialmente perceptible este año: considerar que hay equipos y partidos de 'nuestra' liga y otros que, desde antes de saltar a la cancha, son inaccesibles.

Por eso, la de ayer era una final anticipada. Y salió cruz. Crucificados por los árbitros y rematados por pésimas decisiones. Disculpen la bajona y la frivolidad. ¡Con la de follones que hay en el mundo! Esto no son más que problemas del primer mundo, cierto es. Pero que el cabreo no me lo quita nadie, también.