Inteligencias traidoras
Ojalá existieran todos los intelectuales comprendidos en listas oficiales y que tantas inteligencias entronizadas fuesen faros que evitasen naufragios sociales
Recuerdo la entrevista que le hicieron en televisión española a la hija del general Millán Astray en la que se comentó el incidente de la ... inauguración del Curso de la Universidad de Salamanca el 12 de octubre de 1936, presidida por el rector don Miguel de Unamuno (el 1 de octubre la Junta Técnica de Burgos ya «le había restituido en su rectoría»), cuya libertad clamaba 'contra esto y aquello'; incidente aún envuelto en la neblina de aquel momento de horas trágicas. A la pregunta del entrevistador sobre la tristemente célebre expresión «Muera la inteligencia», respondió que a las palabras de su padre les faltaba el adjetivo «traidora». Así, tal grito cobraba sentido.
Publicidad
La inteligencia y la libertad caminan por terrenos brumosos. Hoy soy más consciente de mis limitaciones intelectuales y de mi admiración por la inteligencia comprometida. Me siento distante de las inteligencias 'tuttifrutti', ajenas a la esencia de una intelectualidad que no confunde el amanecer con el mediodía, y cercano a la inteligencia dispuesta a retomar la dirección por donde no circula la traición. Ojalá existieran todos los intelectuales comprendidos en listas oficiales y que tantas inteligencias entronizadas fuesen faros que evitasen naufragios sociales.
Dijo Churchill que «los que nunca cambian de opinión, nunca logran cambiar nada». Rectificar es signo de decencia intelectual. Hay inteligencias sin escolta y desnudas, incluso en el invierno más crudo, que jamás se traicionarán a sí mismas. Parece evidente que, con arreglo a lo que apuntó el Nobel Bertrand Russel, gran parte de la ruina que padecemos se debe a que «los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas».
Dos cuestiones: ¿Traicionó Unamuno su inteligencia? ¿Quiénes tienen autoridad moral para juzgarle? Unamuno era «un incendio de ideas», desconcertante, contradictorio, de trato difícil y asediado por la paradoja. Pero ¿cuántos ocultan sus contradicciones en el seno de su 'intelectualidad'? Él se preguntaba a diario cómo se podía ser español con decoro y decencia. Cuando Franco visitó Salamanca, Unamuno pidió clemencia, entre otros, para su discípulo Salvador Vila, rector de la Universidad de Granada, y no se la concedieron. Sufrió dramática decepción ante un Régimen que él lo entendía sólo para poner orden y liberar de irracionalidad las calles. «¿Que yo podía haber evitado persecuciones? Sí, renunciando a exigir responsabilidades por los hechos». Unamuno poseía prestigio para haberse marchado al extranjero. «¿Y el emigrado en su patria?, ¿el despatriado en ella?», ¿y dejar a «la España geográfica convertida en un hospital de enfermos mentales?», se interrogaba. En su desesperación dirá: «No soy fascista ni bolchevique; soy un solitario». Cuando el ensimismado «cultivador de soledades» llega a sentirse profundamente angustiado, habla de 'des-tierro' y 'des-cielo'. A su 'des-tierro' de eternidad le llamará 'des-cielo'.
Publicidad
Se ha afirmado que el siglo XX fue muy injusto con Unamuno. En 1894 se afilió al partido socialista, abandonándolo en 1897. Fue rector de la Universidad de Salamanca durante los periodos 1901-1914 (destituido por razones políticas) y 1931-1936 (relevado el 23 de agosto por Azaña). En 1924, Primo de Rivera lo cesó en los cargos de vicerrector de la Universidad y decano de la Facultad de Filosofía y Letras, lo suspendió de empleo y sueldo en el de catedrático, y lo desterró a Fuerteventura. Es elocuente la fotografía con Largo Caballero y Prieto en la manifestación del 1 de mayo de 1931.
En 1935 fue nombrado Ciudadano de Honor de la República y la Universidad de Salamanca presentó la candidatura de Unamuno para el Nobel de Literatura. Sin embargo, la firma en 1933 junto a intelectuales como Marañón u Ortega del 'Manifiesto' contra la Alemania nazi y la crítica que le hizo a Hitler tildándolo de «deficiente mental y espiritual» provocaron que el III Reich 'aconsejara': «Debe negarse a apoyar la solicitud del Premio Nobel de Unamuno por motivos nacionales y político-culturales». Quedó desierto el galardón.
Publicidad
Abucheado e insultado en el Casino la tarde del 12 de octubre, el día 13 fue suspendido como alcalde y concejal honorarios de Salamanca, y al siguiente, el claustro universitario acordó su destitución como rector perpetuo de la Universidad. 'Recluido' en su casa, falleció al atardecer del 31 de diciembre de 1936. Transcribo esta reflexión del intelectual: «Las inauditas salvajadas de las hordas marxistas, rojas, exceden toda descripción (…). Y dan el tono, no socialistas, ni comunistas, ni sindicalistas, ni anarquistas, sino bandas de malhechores degenerados, expresidiarios, criminales natos sin ideología alguna que van a satisfacer feroces pasiones atávicas (…). Por haber dicho que vencer no es convencer ni conquistar es convertir, el fascismo español ha hecho que el gobierno de Burgos que me restituyó en mi rectoría… ¡vitalicia!, con elogios, me haya destituido de ella sin haberme oído antes ni dándome explicaciones. Triste cosa sería que al bárbaro, anti-civil e inhumano régimen bolchevístico se quisiera sustituir por un bárbaro, anti-civil e inhumano régimen de servidumbre totalitaria. Ni lo uno ni lo otro, que en el fondo son lo mismo». Al borde de la enajenación por las calles de Salamanca repetirá: «No he traicionado la causa de la libertad».
Las decisiones cruciales suelen ser hijas de mundos insondables. María Zambrano, aunque mostró su pesar porque Unamuno hubiese muerto «de espaldas a su pueblo», reconoció que «la trayectoria del escritor no tenía nada que ver con el fascismo». Seguramente muchos desearíamos gritar en algún momento «muera la traición». Pero, ¿y si somos traidores? A modo de descargo diré que hay traidores y traidores.
Suscríbete durante los 3 primeros meses por 1 €
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión