Dos cosas hay en la vida que son seguras. La primera, que todo lo que se va no vuelve, salvo que sea un cuñado; la ... segunda, que es más fácil que un camello entre por el ojo de una aguja, que un transportista se haga rico con su camioncillo. Probablemente hará rico a otro –a Repsol, por ejemplo, cada vez que llena el depósito–, pero él nunca pasará de ser un esforzado trabajador con bruscos frenazos en su economía. Así es la vida del transportista que trabaja a pérdidas por cuenta propia: poco beneficio, mucha soledad, no dormir y no ver a la familia. Y todo por cuatro gordas, una por cada rueda. Hay que tener todas las fortalezas humanas reunidas en una sola persona para soportar esa vida de Robinson Crusoe sobre la autopista, cuando no de Mad Max, pero pagando impuestos.
La recesión llegó con su clásico tiroteo inflacionario. Los precios de los carburantes comenzaron entonces a dispararse sobre los camioneros como en una de esas películas del oeste donde el forajido se divierte vaciando el cargador en los pies de un inocente, que se arranca a bailar por no arrancarse a llorar. Fue cuando el transportista comenzó a vivir sus horas bajas, ¿pero cuándo las vivió altas? Siempre ha vivido en una montaña rusa sobre la autopista.
Los convocantes del paro dicen que el Gobierno ha incumplido. Por su parte, la ministra de Transportes, Raquel Sánchez, ha asegurado que el Gobierno «ha cumplido todos los acuerdos alcanzados con el sector del transporte». El chiste de la ministra tiene poca gracia, pero cuando lo entiendes, entonces ya sí que no tiene ninguna. Los transportistas se echaron unas risas, gritaron «¡banzai!» y después convocaron el paro indefinido que comenzó ayer. España va sobre ruedas, no cabe duda.
«Llueve y está mojada la carretera, qué largo es el camino, qué larga espera. Las luces de los coches que van pasando, ruido de camiones acelerando, los pueblos del camino ya están durmiendo. ¡Qué noche! ¡Qué silencio! Me comen la cabeza los pensamientos pensando en ella. Sigo en la carretera buscándote, al final del camino te encontraré. Perdido entre la duda y la neblina, me estoy quedando sin gasolina…». Aunque parezca la historia de un camionero con el depósito casi vacío, que acelera buscando a la ministra con la promesa de que la encontrará para «cantarle las cuarenta» aunque sea lo último que haga en su vida, es simplemente la letra de 'La carretera', una canción de Julio Iglesias. ¡Ese sí que entiende a los transportistas!
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