Se ha instalado en el aire el olor a humo; se ve en lontananza esa cortina que parece calima, pero que es nuestra naturaleza ardiendo. ... Este verano nos hemos acostumbrado a demasiados excesos: calor, asfixiante y asumido como normal, cuando en realidad no es nada normal tanto, durante tantos días; nos hemos acostumbrado a la sequía, como si el agua cayera del cielo a base de plegarias y no como consecuencia física de realidades naturales; nos hemos acostumbrado a estos incendios devastadores, en los que las miles de hectáreas arden como arde la paja. Nos hemos acostumbrado a absurdas confrontaciones que algunos políticos han traído a los debates, desde su incapacidad e intereses partidistas, como luces y temperaturas en comercios, que si yo dije y usted se reía y ahora hace lo que yo decía; que si no me llama y yo tengo potencial y no se me quiere escuchar… La gente se ha crecido, o más bien menguado, en actitudes y comportamientos viendo que independientemente de la realidad, cruda, cruel, nefasta, quienes cobran por sumar se limitan a dividir para sacar su cociente. Nosotros a la postre somos el resto desechado. Y así, el personal hace lo que quiere, como si la sociedad fuese una rotonda en la que entra a acelerones, circula apremiando por el carril equivocado y piensan todos que quienes lo hacen bien son ellos, los otros están equivocados. Cada cual hace lo que le viene en gana y no pasa nada, aparentemente, pero las sierras y campos siguen ardiendo y los malos políticos buscando ganarse el sueldo con gracietas o zancadillas. Esperemos al otoño, no al del patriarca.
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