El miedo a lo desconocido recorre mi cuerpo cada vez que entro en un supermercado. No lo puedo evitar; para mí es como entrar en ... una cámara de los horrores donde pasas de un susto a otro sin capacidad de reacción hasta el susto final en caja, lugar donde los miedos se transforman en temblores de cartera. Al igual que usted, servidor es uno de los que sin comerlo ni beberlo se están zampando a dos carrillos esta bonita inflación.
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¿Es Putin el culpable de todo, incluyendo la muerte de Chanquete por envenenamiento? No, pero lo parece. La realidad es que el IPC está succionando el mosto sanguíneo al cuello más débil en esta historia de precios disparados y economías familiares a punto de dispararse en la sien. Además de una escalada al Everest de los abusos, la inflación supone unos 'sabrosones' ingresos para las maltrechas arcas gubernamentales, que andan caninas. En definitiva, que vuelve el 'vintage' económico de 2008, pero esta vez incorporando un potro de tortura inflacionaria que estira los precios hasta el infinito. Todo un clásico llorar y crujir de dientes que en un futuro se armonizará con otro crujir de impuestos.
Cuarenta años de lujosa democracia contemplan al granadino pagador. Nada es gratis en este país, salvo ser tonto. La calle es un campo sembrado de impuestos, aunque la mayoría preferiría que fuesen minas porque se esquivan mejor.
Dicen los economistas más pesimistas (los optimistas llevan desaparecidos varios siglos) que nos encontramos en una «espiral inflacionaria». Una espiral no es una forma-muelle de comer pasta en ensaladas. Según el diccionario, espiral es una línea curva que gira alrededor de un punto y se aleja cada vez más de él. El punto es la recesión, la curva el paro, y lo que se aleja es la esperanza de que la inflación tenga arreglo a corto plazo.
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Lo que describo no es un tornado, ni tampoco un huracán, es simplemente un estado de ánimo económico que se ha convertido en pandemia porque es muy contagioso. Para colmo, la única vacuna que funciona es la del laboratorio Bonoloto, pero solo está al alcance de unos pocos.
Nuestro nuevo estilo de vida pospandemia no presume de buena vida sino de supervivencia. Llegados a este punto, dudo que vivamos en el mejor de los mundo posibles, como afirmaba Leibniz. En el que tiene la cesta de la compra más cara, seguro que sí.
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