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La hora de Pedro Sánchez

Ha demostrado perseverancia, audacia y estrategia notable, haciendo buena aquella frase de Cela cuando afirmó que «en España el que resiste gana»

José Torné-Dombidau y Jiménez

Jueves, 6 de junio 2019, 00:14

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Consumada la larga campaña electoral de los comicios del 28-A y del 26-M, el resultado ha sido exitoso para Pedro Sánchez, que ha visto fortalecida su figura como secretario general del PSOE y como próximo presidente del Gobierno, esta vez salido de las urnas.

Problemas a los que enfrentarse no van a faltar a este político que ha demostrado perseverancia, audacia y estrategia notable, haciendo buena aquella frase de Cela cuando afirmó que «en España el que resiste gana».

No obstante, la política española –los graves y difíciles asuntos que la sociedad española tiene enquistados y que requieren una urgente e inteligente solución– le va a poner a prueba no tanto como político, cuya valía no se discute, sino como estadista. Porque Pedro Sánchez llega a la Presidencia del Gobierno cuando sobre la mesa del Consejo de Ministros espera media docena de retos de especial importancia que requieren una pronta y adecuada respuesta gubernamental.

En primer lugar está la formación del futuro gobierno. Aquí Sánchez tiene una opción. Su destino se bifurca entre una composición monocolor, sólo socialista, o alcanzar un pacto histórico con las otras fuerzas constitucionalistas. Si sigue el primer camino, un Ejecutivo en solitario y en minoría, adolecería de una gran debilidad política y a cada paso necesitaría recabar apoyos a derecha e izquierda. En cambio, si celebrara un pacto con constitucionalistas (Partido Popular y Ciudadanos) resolvería con acierto y determinación muchos problemas, como el separatismo en Cataluña y en otros territorios. Además, evitaría el nacimiento de otro 'procés' de independencia, que es la amenaza latente que pende, como espada de Damocles, sobre la cabeza de España.

En segundo lugar, ordenaría y pondría en funcionamiento una economía productiva; fomentaría la inversión y acometería todas las delicadas y perentorias reformas que el sector económico lleva pidiendo a voces hace décadas.

En tercer lugar, una mayoría tan aplastante como la de los tres grandes partidos permitiría abordar con éxito el ansiado logro de un modelo educativo consensuado que satisficiera las cada día más exigentes necesidades de la población. Un modelo educativo que terminara con los dieciocho imperantes, e impidiera que en las comunidades en donde gobierna el nacionalismo éste impartiera ideología en lugar de conocimiento objetivo. Y en donde la lengua vernácula se impone con criterio de exclusión identitaria. Reconozcamos que esto no lo puede hacer un solo partido. Es más: estas medidas conviene que se adopten con una amplia base social.

En cuarto lugar, un Gobierno fuerte salido de la suma de los diputados de PSOE, PP y Ciudadanos, puede abordar también la reforma y la ordenación de servicio público tan importante para el bienestar y futuro de nuestra juventud como es la Universidad, principalmente la pública (la privada ya se está encargando de ponerse a punto).

Es innegable que las Universidades públicas hacen esfuerzos por competir y modernizarse. Pero la autonomía universitaria (mal entendida) ha hecho perder la visión del conjunto; ha incurrido en muchos errores que perjudican la calidad de la enseñanza; y está sometiendo al profesorado a un grado de burocratismo intolerable, perjudicial para la institución. Por otra parte, la endogamia universitaria alcanza el grado de escándalo y la formación de los docentes no figura como primera preocupación de los rectores. Hace falta una nueva legislación para definir y fortalecer la misión de la Universidad, como quería Ortega y Gasset.

Es preciso, también, desbrozar y simplificar la selva organizativa y normativa que las comunidades autónomas han ido tejiendo en las cuatro décadas transcurridas desde su constitución y funcionamiento. El sistema competencial del Estado de las Autonomías permanece todavía indebidamente abierto (art. 150 CE) y es necesario su cierre definitivo si no queremos que el Estado se desangre y quede inane en el territorio de las diferentes comunidades.

Así mismo, la posición de España en la sociedad internacional requiere de una política de Estado. En un mundo cambiante, ante una globalización galopante y ante el surgimiento de nuevas potencias pujantes en el ámbito tecnológico y geoestratégico, Pedro Sánchez haría bien en salir a la escena mundial con el apoyo y abrigo de partidos moderados, fiables y avanzados, y no con fuerzas antisistema, disparatadas y trasnochadas, como Podemos.

La manera como Sánchez aborde la solución de estos importantes asuntos va a ponerle ante dos espejos: el de político o el de estadista. Pero, además, si opta por ir bien acompañado, Sánchez (y cualquiera que estuviera en su situación) conseguiría otro fin que es primordial: se aseguraría alcanzar la mejor solución, duradera, beneficiosa para el interés general, y patriótica.

Reconocemos que el tiempo de Sánchez es difícil, pues los virus del populismo y del nacionalismo circulan hoy por el sistema sanguíneo democrático. Mas un solo partido no puede afrontar en solitario estos retos.

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