Hijos de Luis Miguel
La resistencia a vacunarse evidencia que el grado de estulticia de esta sociedad ensimismada no conoce límites
Manuel Pedreira
Granada
Sábado, 21 de noviembre 2020, 01:12
Para qué queremos una vacuna si no nos la queremos poner. Es una de esas preguntas que conducen a la melancolía cuando no a la ... patafísica. Su complejidad es pareja a aquella que cuestiona hasta dónde nos lavamos la cara los calvos. La última encuesta del CIS, además de desvelar, oh sorpresa, que Pedro Sánchez ganaría todas las elecciones generales aunque no se presentara, muestra un preocupante rechazo de la población española a ser vacunado del coronavirus cuando empiecen a comercializarse esos liquiditos inyectables tan preciados, ansiados y necesarios.
La resistencia a vacunarse evidencia que el grado de estulticia de esta sociedad ensimismada no conoce límites. La crisis más grave que afronta la humanidad desde la Segunda Guerra Mundial va camino de empequeñecer aquel destrozo social y económico que firmaron los alemanes hace 75 años pero mire usted, yo no me vacuno. Aplaudimos desde el balcón hasta hacernos sangre para reconocer el trabajo de los sanitarios pero no estamos dispuestos a rebajar ni un ápice nuestro descomunal egoísmo, aunque se lleve por delante la vida de esos sanitarios, muchos de los cuales tampoco se vacunarían, ojo, porque en casa... mejor cuchara de palo. Que se la pongan los demás y ya si eso vamos viendo. Mejor que se la ponga todo el planeta menos yo, que la vacuna se ha hecho en cuatro días y a saber lo que nos van a meter en el cuerpo.
La inmunidad de rebaño es lo que se persigue, y nunca fue tan feliz la elección de un término, rebaño, para definir a quienes tienen la arrogancia de quererlo todo a cambio de nada. Amós García Rojas preside la Asociación Española de Vacunología y ha advertido de que la alternativa a no vacunar es el dolor, el sufrimiento y los fallecimientos. «Y caer en todo esto por temor a un posible, remoto y leve efecto secundario es muy poco solidario». Claro, qué va a decir, si seguro que se lleva pasta de las farmacéuticas (y de los farmacéuticos, que también los hay).
Recurrir a África es muy socorrido, igual que siempre es bueno que haya niños, pero es obligado imaginar qué pensarán los paisanos de Somalia si uno de ellos dijera que no, que de la fiebre amarilla se va a vacunar tu padre. En Galicia ya hablan de imponer la vacuna como una obligación y enseguida han aparecido los de «yo con mi salud hago lo que quiero, que a conspiranoico no hay quien me gane y los yankis no llegaron a la luna sino a Betanzos».
Hacemos chistes con las ocurrencias de Miguelito Bosé pero va a resultar que casi la mitad de los españoles somos hijos de Luis Miguel Dominguín.
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