¿Cuántas veces hemos ido a desayunar a un bar y en la mesa de al lado hay un niño con un móvil a todo ... volumen, dando gritos, corriendo de aquí para allá o tirando cosas? Ofrecerles el móvil porque así están 'distraídos' no mejora su educación, ni la tranquilidad del entorno, aunque se entiende estás prácticas debido al agotamiento de su educación. Pero ¿No hay otro lugar para ellos?
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La sociedad debe alejarse de los modelos de socialización heredados en los espacios de consumo/servicios y por la salud mental de todos, debe reestructurarse para cubrir las necesidades de los individuos según su etapa de vida. Es decir, según la capacidad de recibir estímulos y comportamiento, un niño no puede estar en todas partes, ni allí donde al adulto se le antoje. Para mejorar esto debe producirse un proceso simbiótico: los progenitores deben concienciarse de que un niño no siempre está capacitado para acudir a cualquier lugar a la par que los establecimientos deberían habilitar un lugar adecuado para niños junto a los adultos que los supervisan, de igual manera que existe un espacio para fumadores para ahorrar molestias. Los niños demuestran tener un nivel diferente de emociones y sentidos al de un adulto, esto viene directamente relacionado con su educación. Si no vemos adecuado ver en un parque a adolescentes con botellas de cerveza, tampoco a niños y su comportamiento enérgico en un bar.
Comenzar a modificar y adaptar un espacio diferenciado del resto pero dentro de un mismo recinto, (bares, bancos, restaurantes, centros comerciales, sobre todo estos últimos, llenos de estímulos que activan su mente), evitarían la exposición a la dejadez en la crianza que deja en evidencia la falta de escucha de las necesidades del niño, las molestias a los adultos de alrededor así como el bloqueo de estímulos innecesarios del mundo adulto a los que están expuestos: consumo de tabaco, alcohol, otros estupefacientes, malas conductas, gritos, peleas.
De la misma forma que no llevarías a un niño a un festival de música con estímulos como el alto sonido, consumo de estupefacientes, hábitos poco saludables o el ritmo excesivo de estos eventos, tampoco deberíamos basar nuestra sociedad en insistir en que un niño debe acompañar a un adulto a donde sea, como sea y cuando sea a un mundo en donde muchos adultos no toleran la energía, comportamiento y necesidades de los más pequeños debido a su ritmo rápido de vida en donde escuchar decir: «Papá, mírame» cinco veces resulta tedioso. Por norma el niño no tiene que estar sentado y callado. Debemos concienciarnos de todo aquel ambiente que no le es favorable, pensar una y otra vez sus necesidades y donde no debería estar por mucho que quiera el adulto que lo cría. Un niño es eso, movimiento, estímulo, exploración.
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Las cadenas de comida rápida, hoteles y parques recreativos, por ejemplo, basan su estrategia en un espacio infantil diferenciado porque entienden que en los diferentes perfiles consumidores hay uno predominante: las familias. Con esto no estoy diciendo que deba existir un parque en cada bar, ni que invisibilicemos figuras esenciales de nuestra sociedad como son las familias y niños, sino que, cada edad tiene su espacio único.
Necesitamos progenitores más conscientes que sepan el lugar que les pertenece a sus hijos y espacios que ofrezcan ayuda a su crianza, les permita expresarse y respete sus emociones en una sociedad que parece que ya no espera ni escucha. Así mismo, igual que existen festivales de música, ferias de todo tipo y eventos turísticos y de recreación para adultos en donde éstos proceden a satisfacer sus gustos y placeres bajo su responsabilidad, deberían existir más ofertas de eventos adecuados para niños que nunca deberían tomar como molde las actividades de recreación adultas pues, no se pretende enfocar, ni proyectar, condicionar y contextualizar al niño a ello. Cuentacuentos, parques acuáticos o campamentos de scouts deberían ser una opción a considerar de oferta pública.
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Con estas consideraciones reforzaremos las paternidades y brindaremos un lugar sano a los futuros adultos sin la herencia de no haber sido escuchados ni sostenidos adecuadamente. La infancia y sus necesidades se merecen un espacio en nuestra conciencia social.
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