Exceso de miedo
El miedo en exceso es como el petróleo, todo lo que toca lo ensucia. Lo cubre por completo como una masa viscosa que no deja espacio para el oxígeno
Mar González Vida
Sábado, 10 de septiembre 2022, 23:09
Nos ha tocado vivir un periodo histórico realmente complicado. Acostumbrados a los aleatorios ataques terroristas, al hambre y pobreza de África o India, incluso a ... las guerras lejanas y silenciadas como la de Afganistán. Hasta ahí estábamos, más o menos, bien. Nuestras vidas giraban como la rueda de un hámster. Absortos en la ignorancia propia del sistema del bienestar. De la noche a la mañana, un virus microscópico nos cambió la perspectiva, nos puso en jaque atacando con la mejor arma de condicionamiento humano, el miedo a la muerte. Con nuestros más y nuestros menos, salimos adelante de esto y, poco a poco, comenzamos a reconstruir nuestro día a día. Entonces, una invasión armada a las faldas de nuestra comunidad. Europa se enfrenta a una guerra. Abrimos las puertas a refugiados, a estos sí, por cierto; mandamos comida, ropa de abrigo y demás ayudas al país vecino.
No estoy contando nada nuevo, lo sé. Por eso mismo voy a pararme en este punto y hablar de lo que realmente hace complicado estos tiempos que corren. El miedo. El miedo en exceso es como el petróleo, todo lo que toca lo ensucia. Lo cubre por completo como una masa viscosa que apenas deja espacio para el oxígeno. Envueltos en ese engrudo a los seres vivos les resulta muy difícil vivir, con dificultad, solo consiguen sobrevivir. Esquivando estas oleadas de miedo, propias de los nuevos años veinte, andaba yo paseando tranquilamente por mi barrio, cuando aún el invierno estaba aferrado a las noches de la ciudad pero la primavera comenzaba a conquistar territorio, justo como hacía Putin con las ciudades fronterizas de Ucrania. Fue en este paseo cuando escuché la voz de una mujer. Sus gritos aterradores salían de un apartamento muy cercano al mío. Comenzaron a aparecer los curiosos pero solo fuimos unos pocos los que nos atrevimos a hablar con ella. Estaba muy asustada, mucho, pedía ayuda de una forma desesperada. Por deformación profesional, supuse lo peor, pero mi 'peor' se quedó muy chiquito al lado de su 'peor'.
Se trataba de una mujer de unos 35 años, ucraniana, en pleno ataque de pánico, que apenas podía escuchar lo que intentábamos decirle. Solo quería advertirnos del miedo que se pasa cuando sabes que tu familia está en peligro por una guerra y no puedes hacer absolutamente nada. Hablamos con ella para intentar calmarla. Finalmente, la escena se resolvió con relativa rapidez gracias a los servicios públicos de urgencias. Pero en mi cabeza se quedó muy presente la imagen de esta mujer, a unos 4.000 kilómetros de su país de origen, recibiendo una sobredosis de miedo.
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