Recuerdo una conversación hace unos años con José Manuel Otero Novas, acompañado de mi mentor, amigo y ser excepcional, Alfonso Coronel de Palma. Los españoles, ... dijo José Manuel, tenemos la capacidad de autodestruirnos cada 30 o 40 años. ¡Tan cierta parece ahora esa afirmación, al ver que los principales interesados hoy en llevarnos a ese callejón sin salida son una manga de políticos mediocres, miopes e inútiles que no representan nada más que a sus egos!
En este proceso de trituración política actual, los daños colaterales son muy graves y peligrosos. El español se siente traicionado, abandonado, lleno de incertezas, y sometido al miedo y a las angustias propias de un problema pandémico que tiene que ver con la salud y la economía.
Así lo demuestra el estudio 'Expectativas, miedos, alegrías y nuevas exigencias' que ha llevado a cabo la Fundación Liderar con Sentido Común en diferentes comunidades autónomas en los últimos meses. El 60% de los más de 10.000 encuestados cree que sus políticos no tienen sentido común, que no son líderes frente a los que sí lo son como padres, maestros y médicos, y expresan la necesidad de un nuevo liderazgo que, a todas luces, no esperan que provea la política tradicional.
Es de tal magnitud la grieta entre políticos y ciudadanos que esta tercera generación post dictadura (la primera, la de González y Aznar, y la segunda, la de Zapatero y Rajoy) pasará a la historia por ser los tripulantes abanderados del Titanic llamado España que se hunde –pareciera– sin remedio en una reedición de nuestra propia historia. Es una generación mucho más efímera que las anteriores que ejerce con ahínco para profundizar las diferencias que nos separan.
Sánchez y Casado evocan lo que sus ancestros representaron. Gestos, discursos, incluso estéticas, en el mismo calado. Todo parece lo mismo. Los 'nuevos' vociferan para amasar la ira de la gente y esculpirla como piedra arrojadiza contra los demás, tal es el caso de Abascal e Iglesias, cortados por el mismo patrón: crecen y decrecen producto de ese sentimiento de hastío y cansancio, y no por la ideología como ellos creen. El desdibujo y, probablemente, su desaparición son una realidad latente. España no es Francia y, en el mejor de los casos, vamos 10 o 15 años detrás de ellos en estos menesteres. Difícil que sorteen la trituradora a la que están sometidos.
Ni que decir de Ciudadanos, que en paz descanse. Hablamos de esos nuevos viejos, caducos antes de nacer, como Albert Rivera o su pupila Inés Arrimadas. ¡Qué escasez de inteligencia colectiva, de sensibilidad, entendimiento y buen hacer la de esta gente! Como si de una muerte anunciada se tratara, ya están en el negocio de la supervivencia a cualquier precio mientras los rapiñeros aguardan su defunción para quedarse con lo poco que quede. ¿Dónde vimos esta película?
Más de lo mismo si nos vamos a las comunidades autónomas. Observamos las elecciones de Madrid como un ejemplo perfecto del dicho popular «más leña al fuego»: candidatos ideologizados que quieren ganar a costa de incrementar las diferencias. ¡Qué poco quieren aprender! Las personas necesitan ideas, no ideología.
El mundo ha cambiado. La política también, pero los políticos no se han dado cuenta y nosotros tampoco. Si bien ha llegado el momento de reformar la ley electoral, la de financiación de partidos y la de la propia Constitución para sustituir a esta 'clase de políticos' y 'clase de política' por 'políticos de clase' y 'política de clase'. No me refiero a esos cambios urgentes y necesarios. Son otros de mayor calado que ya vienen en camino y que alumbran un mejor porvenir.
El primero de estos cambios tiene que ver con nuestra democracia, que se ha quedado estrecha para un futuro tan grande. Nos tenemos que atrever a enterrarla, no sin antes darle las gracias, para crear una nueva democracia digital directa, que sea transversal, horizontal y trazable, y que permita acabar con la intermediación de esos políticos que ya no nos representan en casi ningún país del mundo.
El segundo cambio transformador es la naciente puesta en marcha de gobiernos cooperativos, solidarios y altruistas bajo una mirada compasiva. La cultura de la colaboración y el encuentro pasa por entender que solos no podemos: los catalanes no pueden sin los andaluces, estos sin los gallegos, y estos sin los extremeños y, así, los españoles no pueden sin los sudafricanos, estos sin los americanos, estos sin los rusos y así. Es juntos y cooperando como resolveremos los problemas «globalocales» que nos abruman.
Por último, la transformación tecnológica en ciernes –la del internet de las cosas– será el cambio que renovará la forma en la que vivimos y hacemos política. Es de tal magnitud el tsunami tecnológico que me atrevo a afirmar que es el principio del fin de este ciclo político que se inició tras la Segunda Guerra Mundial y al que le quedan apenas 30 años de vida. Tan drástica y profunda es esta cuarta revolución industrial que este ciclo apenas habrá durado unos 100 años, el más corto de la Humanidad.
En este escenario, necesitamos al nuevo líder que tanto piden los españoles. Uno local y global, que entienda el poder de las personas porque es persona con poder, que ejerza la resiliencia para ponerse enfrente de los problemas, al frente de las personas, que mitigue el dolor propio y ajeno, y que nos ayude a conquistar las metas que por nosotros mismos no somos capaces. Un líder que ejerza la Humanítica, la política del siglo XXI, esa hija de la buena voluntad y el sentido común que gobierna con la cabeza pero sobre todo con el corazón, que promueve la compasión y la empatía, practica el altruismo y la solidaridad, actúa con sentido ético y moral, impulsa el trabajo colaborativo, fomenta la cultura del encuentro, inspira, es resiliente, veraz, coherente y acepta las diferencias. Esa Humanítica, capaz de sentar a la misma mesa generaciones distintas, sin importar de donde provengan ideológicamente, para desaprender a ser de izquierdas, de centro y de derecha, y aprender a ser personas, que resuelven bajo esta mirada los problemas que les afectan.
Construir un mundo mejor, una España mejor, es posible. Pero tenemos que pasar, como ciudadanos, de la mente al músculo, de la desidia a la acción. Que nuestros hijos y nietos no nos miren a los ojos para decirnos aquello de habiendo podido hacer tanto, hicimos tan poco.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión