El Real Jaén y los siete mil quinientos
Estaba en liza mucho más que ganar un encuentro, pasar una eliminatoria o subir de división.
ERNESTO MEDINA RINCÓN
JAÉN
Jueves, 30 de mayo 2024, 09:32
El domingo a las siete menos cuarto de la tarde le envié a Violeta por Whatsapp un vídeo de las gradas de La Victoria. «Fíjate ... qué ambiente. Faltan todavía quince minutos. Ten en cuenta que es la primera eliminatoria de tres para subir de quinta a cuarta división». Su respuesta, canónica, carecía de la emoción que sentíamos en el estadio, «domingo, buen tiempo, partidillo interesante porque hay algo en juego…». Para entenderlo tendría que haber visto a los aficionados que concurrían como en las grandes ocasiones, uniformados con camisetas variadas del Real Jaén: la del centenario, versiones blanca, roja y morada; aquella que ponía 'todos sumamos'; una chulérica con el perfil del Castillo y la Catedral. El alcalde y varios concejales, con la intuición de los políticos para saber dónde se cuecen las habas, se dejaban ver y fotografiaban en tribuna. Siete mil quinientos en un partido contra el Torre del Mar, que ni siquiera es pueblo y tiene censados en torno a 22.000 habitantes. Pongamos las cifras en proporción: el campo de la Victoria albergaba el equivalente de una tercera parte larga de la localidad playera.
El club rindió homenaje a los cinco abonados más antiguos. A uno de ellos le dejó el hueco mi padre que murió con el número tres en su carné de socio. Un minuto de silencio en memoria de Higinio Vilches, a quien yo vi destrozar cinturas de defensas en el antiguo campo de fútbol. Sonó de fondo musical el himno del Real Jaén en una versión de ritmo lento tocada sólo por un piano. Elegante y solemne.
Era un partido de quinta. Sin embargo, yo tenía miedo y nervios. «Las dos cosas no pueden ser» –me dijo Violeta quien de cuando en vez preguntaba cómo íbamos–. Quizá fuese que al comer fuera había cambiado mi café habitual, aunque lo más probable era que me sobrepasase el sentimiento. Un gol del enemigo nos dejaba fuera. Llegué a pensar que, si llegábamos a la prórroga, me iba del campo. En los móviles los aficionados teníamos en marcha el cronómetro para saber cuánto faltaba. Mis dos hermanos ausentes –uno en Alicante con su mujer, el otro al cuidado de mi madre– me pidieron una videollamada grupal para ver en directo los últimos quince minutos. Ignoro si en el ordenador la calidad de la imagen les alcanzaba para ver por dónde andaba el balón, pero les bastaba con escuchar el clamor. Eran dos más gritando 'Hala Jaén' y pidiéndole al árbitro que pitara ya el final.
Carretera de Granada arriba el personal sonreía. Bajo cada una de aquellas camisetas giennenses había un sentido de pertenencia, de orgullo por la tierra natal que había sido volcado en un club deportivo. Querían que la autoestima –¡tantas veces sepultada en nuestra ciudad!– aflorase en los pies de nuestros once adalides. Estaba en liza mucho más que ganar un encuentro, pasar una eliminatoria o subir de división.
¿Habré conseguido por medio de esta crónica deportiva al desuso hacer comprender a Violeta que no fue un partido de fútbol sino una manifestación de genuino patriotismo?
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