La vida humana entre la razón y la pasión

La repetición de decisiones humanas y humanizadoras, generando hábitos en el educando, es la finalidad de la educación, pues tales hábitos y actitudes generan una 'segunda naturaleza'

Enrique Gervilla

Miércoles, 24 de mayo 2023, 23:15

Construimos nuestra vida tomando diariamente múltiples decisiones, desde que nos levantamos hasta que nos acostamos, pues de este modo formamos nuestra personalidad y damos a ... conocer a los demás nuestro modo de ser. Estas decisiones depende de nuestra voluntad definida como «la capacidad humana de tomar decisiones y realizar acciones u omisiones, momentáneas o perseverantes, de modo consciente y libre».

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Así pues, toda decisión está acompañada previamente del conocimiento, por cuanto el ser humano es animal racional; de la deliberación en la que en la que se analizan 'pros' y 'contras', en este proceso reflexivo; de la decisión en la que se analizan los motivos racionales y emocionales. Y finalmente de la ejecución por la que la voluntad actúa o ejecuta lo decidido como bueno.

Estas decisiones son de tal importancia que popularmente se ha considerado como signo de una buena o mala persona. Así se han popularizado expresiones tales como: «persona de buena voluntad» o «persona de mala voluntad», «tener o no voluntad», «quitar la voluntad a alguien», «última voluntad», «voluntad férrea», etc.

El conflicto entre la razón y la pasión

En toda decisión inciden, a veces de modo enfrentado, la razón y la pasión y en cuya batalla siempre termina con el triunfo de una u otra, pues no siempre coinciden, en la misma dirección, razón y pasión: el placer y el deber, lo que me gusta y lo que es bueno, el ser y el deber-ser.

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La armonía del animal ha quedado así positivamente rota en los humanos, sin que sea posible –como ya escribió Platón– identificar bien con placer y mal con dolor, por lo que, en 'Gorgias', hace decir a Sócrates: «Los bienes, amigo mío, no son lo mismo que los placeres, ni los males que los sufrimiento. ¿Placer es aquello cuya presencia nos produce goce, y bien aquello con cuya presencia somos buenos? La cosa más vergonzosa no es ser abofeteado injustamente, sino cometer injusticia».

La vida de cada persona manifiesta diariamente la 'agonía' o lucha ineludible entre uno y otro valor, viéndonos sometidos a una decisión cuando ambos son irreconciliables. «En el hombre –como ya escribió Pascal– hay una guerra intestina entre la razón y las pasiones (...). Poseyendo una y otra, no puede estar sin guerra, dado que no puede estar en paz con una parte sin hallarse en guerra con la otra. De este modo el hombre se halla siempre dividido y contrario a sí mismo».

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Desde el inicio del día, cuando suena el despertador, ya he de optar entre la cama y la puntualidad en el trabajo; es frecuente tener que decidir entre el estudio y la Tv., entre el sexo o la pureza, entre la venganza o el perdón o entre el esfuerzo o el placer... Estos y otros muchos momentos de nuestra vida manifiestan la permanente opción, a la que estamos sometidos, al tener que decidir entre lo que vale y lo que me gusta… Así, la conciencia nos obliga a resolver la dicotomía entre las tendencias animales y los deseos racionales.

La importancia de educar la voluntad

De aquí la importancia de la formación de la voluntad, que no es una tarea espontánea, cual la respiración o la circulación de la sangre, sino que implica una serie de esfuerzos intencionadamente planificados. Ello exige, por parte del educando, querer educarse. Es una tarea ineludible en la que cabe la ayuda pero no la sustitución, como comer, dormir o estudiar. Los educadores no somos más que colaboradores, sembradores o cuidadores. Educar es siempre humanizar, completar lo incompleto, acabar lo inacabado de la naturaleza, en cuyo proceso la voluntad del educando es esencial.

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La repetición de decisiones humanas y humanizadoras, generando hábitos en el educando, es la finalidad de la educación, pues tales hábitos y actitudes generan una 'segunda naturaleza'. Las virtudes, al igual que las actitudes, sólo se conquistan mediante la constante repetición de actos de justicia, de templanza, de perdón etc. La persona se hace justa ejecutando acciones justas, templada ejecutando acciones de templanza, misericordiosa ejecutando el perdón… Y si no se practican tales actos es imposible que nadie llegue a alcanzar las virtudes.

En opinión de A. Manjón: «Persistir en el bien comenzado hasta el fin es ser perseverante. La perseverancia es la virtud de los éxitos, es la fortaleza coronada. La perseverancia supone: un alma bien convencida, una voluntad robusta, firme y decidida, el hábito del trabajo y de la lucha en contra de los enemigos, y el deber de una conciencia resuelta, cumplir lo propuesto y terminar lo comenzado».

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La educación es así una conquista, una carrera ('curriculum'), no un regalo, que necesita para llegar a la meta lo mismo del esfuerzo que del placer. Uno y otro son necesarios para construirse como persona libre, pues la vida y con ella la libertad se nos ha dado, pero no se nos ha dado hecha, el hacerla es la tarea de la educación. Ésta se orienta a hacer personas autónomas y libres que sepan, quieran y puedan elegir el bien, superando las situaciones opuestas.

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