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¿Nos engañan los artistas?

¿Nos engañan los artistas?

Opinión ·

Los museos han adquirido su máximo auge de público y de precio. Pero a pesar de esas actitudes esnobistas de los visitantes nadie entiende lo que sus ojos ven, contemplan o leen

CARLOS ASENJO SEDANO

Viernes, 15 de marzo 2019

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Las Artes por antonomasia siempre han sido las ligadas a las Humanidades. Así la Literatura, la Escultura, la Pintura... Todo lo demás, fuera de esto, es simple tecnología. Por eso los países en donde las Humanidades han florecido con más fuerza. - los países del entorno Mediterráneo, - han sido los más profusos en Arte desde siempre.

Pero hete aquí que aunque casi siempre se ha querido ver en el arte sólo su aspecto exterior, visual, lo que apunta al esteticismo lineal –siguiendo los postulados filosóficos de Aristóteles, Santo Tomas y San Agustín, y hasta del demócrata Tocqueville– el Arte, en su más profundo significado siempre ha estado ligado a una misión profética. Una misión que en la Antigüedad corrió a cargo de los profetas judíos, que carecieron de arte visual, que trocaron por el de la palabra, para pasar luego a los países paganos, semicristianos, maestros en Humanidades. Ahí la Filosofía ha venido a ser como la Bisagra de los político, y la Teología, el cuento de nunca acabar sin principio ni fin.

Y por medio de ese arte, con visión ad futurum, el Arte nos ha ido transmitiendo frecuentes mensajes ligados al mañana más allá de su aspecto estético. Un mañana que, al perecer caminaba dentro de la lógica lineal, la de san Agustín.

Pero desde finales del siglo XIX, todo esto ha cambiado sin que sepamos el motivo concreto, metafísico... Ahora se nos dice que el Arte ha tocado techo. Y en literatura, con el Ulises de Joyce, En busca del tiempo perdido, de M. Proust, y La metamorfosis, de Kafka, hemos llegado al límite máximo humano de nuestras posibilidades artísticas. Y paralelamente por esa senda, Picasso y sus seguidores. Y los escultores....

Los museos han adquirido su máximo auge de público y de precio. Pero a pesar de las actitudes esnobistas de los visitantes, la verdad es que nadie entiende lo que sus ojos ven, contemplan o leen. ¿Quién entiende el galimatías del 'Ulyses' o de Kafka o las complejidades de la escuela de Picasso y sus gentes, no obstante las posteriores explicaciones de la prensa o los eruditos ad hoc, todos maestros de lo incomprensible?

Nadie entiende estos nuevos procesos porque buena parte de la crítica no quiere reconocer que hemos entrado en una época nueva, a la contra de la tradición, eso que han puesto en marcha la llamada Escuela de París y el Círculo de Viena, y cuyos artífices pioneros han sido M. Duchamp y A. Beuyt. El primero con su manifiesto en favor de que cualquier cosa, todo, puede ser un objeto artístico. Y el segundo, por esa senda, manteniendo que cualquiera puede ser artista con tal de que se lo proponga.

Y así han surgido los movimientos irracionales bautizados como Estructuralismo, difundido por la Escuela de París, y el deconstruccionismo, por el Círculo de Viena, uno y otro capitaneados por Michel Foucault, el pontífice de este nuevo movimiento, y Jaques Derrida, y Levi Strauss, y en cuyos revolucionarios movimientos no deja de ser curiosa la aportación judía, concretamente de los sefardíes españoles.

Y llegados a esta situación cabe preguntarse si los tales artífices y movimientos tratan realmente de engañarnos con una especie de utopía, o si son ellos, los autores, los primeros engañados.

En todo caso, el fenómeno actual, de nuestro tiempo, es ese. Que de una u otra forma nosotros, el público que lee o asiste a las exposiciones, acaba desconcertado, porque a pesar de su buena voluntad, –y veces de su dinero– y de su intención de comprender, acaba las lecturas literarias o la visita a los museos desconcertado y, quizá, acomplejado, castigándose a sí mismo por su supuesta ignorancia o capacidad para estar al día en estos terrenos.

Pero pienso yo, –y sólo es una hipótesis de trabajo erudito– que si tenemos en cuenta la tradición profética de todo arte, quizá este nuevo movimiento a la contra de las tradicionales Humanidades, al parecer, tal vez no sea tan engañoso como suponen muchos, y sí la clara premonición de un futuro social tan desgobernado como un rompecabezas, que ha perdido, o está a punto de perder, el norte a que lo obligaba su proyectada, ab initio, trayectoria lineal.

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