Decía el gran Isaac Newton que «todo lo que sube tiende a bajar», en su formulación de la Ley de la Gravitación Universal. El científico, ... allá por el siglo XVII, se refería a los cuerpos, acuérdense de la anécdota de la manzana. Nada dijo entonces de los precios, ni tampoco de las temperaturas, que no paran de subir, como si estuvieran inmersas en una competición para ver cuál de los dos nos ahoga más.
Se trata de un círculo vicioso bastante malvado. Hoy en día el calor lo podemos combatir con aire acondicionado, pero con el precio que tiene la electricidad uno no sabe que es peor, sudar o que el contador se trague los euros de la cuenta corriente, uno tras otro. De momento no hay ni rastro de la teoría newtoniana, al menos en lo que a inflación se refiere.
En cambio, parece que los termómetros sí nos van a dar tregua esta semana, con bajadas de hasta 10 grados. A este paso tendremos que echar una sudadera para la Noche de San Juan o acercarnos a las hogueras para entrar en calor. Ésta es otra de esas fiestas que echábamos de menos y que nos había faltado por culpa de la pandemia.
Hemos llegado a un punto en el que todo está lleno: aviones, hoteles, cruceros, bares, restaurantes, conciertos, festivales, … ¡Normal! La gente tiene ganas de vivir, de disfrutar y de volver a hacer todo aquello que la covid-19 nos impedía. Nos han abierto la puerta y hemos salido en estampida.
La crisis sanitaria, la guerra y no sé cuántas cosas más nos han conducido a una situación en la que tenemos que pagar más por todo lo que hacemos. Los precios suben y nada se resiste a esta escalada: electricidad, combustibles, ocio, enseñanza, cultura, alimentación, …
La que han montado algunos por el precio de las sandías. Sí, este año están caras ¿Sabe por qué? El mal tiempo y las continuas lluvias del invierno perjudicaron los cuajes y han provocado que descienda la producción de manera muy considerable. Por eso los consumidores pueden llegar a encontrarlas a más de 2 euros el kilo y, claro, una pieza de 6 kilos cuesta más de 12 euros. Por desgracia todo ese importe no es para nuestros agricultores.
¿De verdad es caro pagar estas cantidades por alimentos frescos, sanos, saludables y ricos? Por lo general no lo pensamos, pero un kilo de atún en lata cuesta más de 19 euros; el kilo de café en cápsulas nos cuesta más de 70 euros; un kilo de tabletas de chocolate con leche nos costaría 7,50 euros; el kilo de gusanitos para los niños nos sale a 13 euros; y un kilo de pan sobre 2,53 euros. Como todo en la vida, es cuestión de perspectiva y de prioridades.
Sí, la cesta de la compra también ha subido. Menudo susto se lleva uno cuando toca pagar en el supermercado. No hay nada que genera más ansiedad que ver avanzar el contador del surtidor de gasolina al repostar. El dinero que sale del bolsillo ya nunca más volverá. Esto no lo dijo Newton, pero es tan real como la vida misma.
Viva, disfrute, sea feliz, que nos lo merecemos después de más de dos años de recortes y miedos. Hágalo con responsabilidad, pensando en lo que pueda venir en el futuro. Algunos economistas y empresarios ya avisan de que en otoño la inflación, los tipos de interés, los costes de producción y no sé cuentas cosas más nos van a provocar aún más dolor de cabeza.
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