Hay dos fechas destacadas en el calendario anual con las que nos solemos volcar si bien cuando pasan volvemos por nuestros fueros y nos olvidamos ... rápido, bien porque somos de memoria débil, bien por comodidad, bien por unos intereses que están por encima de los valores y las buenas intenciones. Se trata del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer y del 25 de noviembre, Día contra la Violencia de Género. Salimos a la calle, nos manifestamos, gritamos y peleamos por la igualdad entre hombres y mujeres y por conseguir las mismas oportunidades para todos. En este país en el que nos volcamos (la mayoría), porque entre hombres y mujeres no haya diferencias de ningún tipo y porque todos seamos iguales no dudamos en llevarnos una competición de fútbol como es la Supercopa de España a un país como Arabia Saudita que nada tiene que ver con España y que representa todo lo contrario a lo que reivindicamos cada 8 de marzo y cada 25 de noviembre, pero que deberíamos defender con ahínco a diario.
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Alguien pensará que soy gilipollas, y seguramente lo sea, pero el otro día decidí no ver ninguno de los partidos simplemente por dignidad y coherencia. Por las mías. Tampoco hoy veré la final y ya sé que mi gesto no va a provocar que cambien las cosas; que es como si me llevara un grano de arena del Cabo de Gata porque no se notará y siempre habrá arena, pero yo y mi conciencia sí lo notaremos.
Dicen que el que llaman deporte 'rey' es un sentimiento, pero para la Federación Española de Fútbol el único sentimiento que existe es el de ganar dinero, por eso no duda en llevarse la Supercopa de España a Arabia Saudita a cambio de su dinero. Porque además raya en el ridículo dado que tampoco parece importante que los seguidores de los cuatro clubes en liza puedan animar y jalear a sus equipos, simplemente porque trasladarse entre el 12 y el 16 de enero a Arabia Saudita no está al alcance de cualquiera, ni por economía ni por fechas. El otro día me reía por no llorar al leer que el Athletic de Bilbao había fletado un vuelo charter para trasladarse a Riad en el que viajaban dos aficionados. Y lo peor es que dentro del mundo futbolístico casi nadie dice nada. Al único que he oído comentar que esto no tiene ningún sentido es a Raúl García, delantero del club vasco. Ahí se acaba la crítica.
Para muchos los colores de la camiseta son sagrados. Para la Federación Española de Fútbol el único color sagrado es el del dinero, por eso se lleva la competición a un país en el que la mujer tiene menos derechos que el hombre solo por ser mujer. Bueno, algunos derechos tienen porque desde 2015 pueden votar y desde 2018 conducir un coche y hasta sacarse el pasaporte si permiso de su 'tutor'. Alucinante el derroche de generosidad de los gobernantes sauditas. Ahora bien, Arabia Saudita es el país donde la mujer está permanentemente bajo la tutela masculina que lo controla todo; donde una mujer no puede tomar decisiones por su cuenta; donde hasta hace muy poco no podían transitar solas por los espacios públicos; donde tienen que vestir con una túnica negra y cubierta la cabeza y el pelo; donde no pueden elegir la pareja con la que quieren casarse si no cuentan con el permiso de su padre o 'tutor'; donde, en consecuencia, no pueden divorciarse; o el país donde la mujer que sufra malos tratos y decida abandonar el hogar puede ser denunciada por desobediencia.
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Arabia Saudita es el país del que procedía un equipo de agentes sauditas (cinco de ellos sentenciados a muerte) que el 2 de octubre de 2018 asesinó al periodista Jamal Khashoggi, crítico con el gobierno, en el interior del consulado árabe en Estambul.
El próximo 8 de marzo volveremos a salir a la calle a exigir los mismos derechos para hombres y mujeres; y el 25 de noviembre lo volveremos a hacer, justo cuando ya se estará disputando el Mundial de Fútbol 2022 en Catar. Esto es fútbol.
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