Después de la batalla

Puerta Real ·

La gestión en tiempos de tribulaciones deja escasos márgenes, pero es en tales ocasiones cuando se forjan los liderazgos. No los tenemos

manuel montero

Viernes, 7 de mayo 2021, 00:56

Por una vez, las previsiones de que unas elecciones iban a ser decisivas han resultado ciertas. Con su hecatombe de Madrid, el Gobierno ha salido ... maltrecho. Podemos queda sin líder y el PSOE sin rumbo, aunque verosímilmente continuará el que lleva. Rectificar es de sabios, dice el dicho, pero esto no suele aplicarse a nuestros políticos, que no aspiran a sabios sino a la gloria o a la apariencia de tenerla.

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Primera evidencia: no ha funcionado la estrategia de situarnos en una especie de guerra atávica fascismo/antifascismo modelo años treinta. Los partidos políticos pueden interpretar realidades, pero no crearlas a voluntad ni limitarse a proyectar sus ficciones. El lema «que viene la derecha» difícilmente puede funcionar si la derecha lleva en el poder un cuarto de siglo, como sucede en Madrid. Máxime cuando se equipara a un ambiente de intolerancia que no se compagina con el de una ciudad que es sustancialmente abierta.

Probablemente, en la derrota de la izquierda ha influido la política desarrollada durante la pandemia, perdida entre una verborrea hiperideologizada. Ciertamente, la gestión en tiempos de tribulaciones deja escasos márgenes, pero es en tales ocasiones cuando se forjan los liderazgos. No los tenemos. El electorado no parece entusiasmado por actuaciones contradictorias, doctrinarias, a veces triunfalistas y otras buscando eludir responsabilidades.

El marketing mata al líder.

Con este resultado –el PP con más votos que todas las izquierdas juntas– los esquemas gubernamentales hacen aguas, por la dificultad de mantener el entusiasmo caudillista y el discurso apocalíptico –nosotros o el caos– cuando las filas clarean y la gente te abandona, sobre todo si has te has apropiado conceptualmente de 'la gente'.

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Los simplismos suelen resultar fatales: no era cierto que una votación masiva diese la victoria a las izquierdas. Esta vez la ciudadanía se ha movilizado y esa teoría sociológica, una coartada victimista –«si no ganamos es porque la gente no va a votar»–, ha quedado cuestionada. Además, no nos dividimos en segmentos inamovibles y de piñón fijo. Hay quienes cambian el voto sin sentirse traidores. Los expertos de los partidos, incapaces de entender la vida, los considerarán unos veletas, socialmente despreciables, pero estamos en manos de gente así de rara.

Lo sucedido demuestra que en coyunturas inciertas como la que vivimos resultaba más fiable el oráculo de Delfos que nuestro sociólogo de guardia en el CIS. La pitonisa tenía el detalle de enunciar sus profecías de forma críptica, por lo que parte de su interpretación quedaba al gusto del consumidor. Aparentemente su sucesor actual no presenta mayor capacidad de acierto, pero lo hace con pretensiones de cientificidad, no de inspiración mística o demoníaca. Como se deja por llevar por sus prejuicios político-ideológicos nos condena a la mediocridad ambiental.

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Los sociólogos, asesores, directores de gabinete, publicistas y políticos querrán demostrar ahora que ellos iban bien encaminados –se han equivocado los electores–, por lo que seguirán por el mismo camino. Hasta que los sepulte el alud. Mientras tanto continuará la lucha contra la realidad.

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