El despotismo oriental
Es un texto al que no sé cómo llegué; quizás por haber encontrado la referencia en algún otro libro, o directamente, por alguna excursión lectora. La cuestión es que, desde que lo leí, lo incluyo siempre en mis cursos
Lunes, 18 de mayo 2020, 01:28
18 Y cuando (el rey) se siente sobre el trono de su reino, entonces escribirá para sí en un libro una copia de esta ley, ... del original que está al cuidado de los sacerdotes levitas;
19 y lo tendrá consigo, y leerá en él todos los días de su vida, para que aprenda a temer a Jehová su Dios, para guardar todas las palabras de esta ley y estos estatutos, para ponerlos por obra;
20 para que no se eleve su corazón sobre sus hermanos, ni se aparte del mandamiento a diestra ni a siniestra; a fin de que prolongue sus días en su reino, él y sus hijos, en medio de Israel.
Deuteronomio, 17
Merece la pena reflexionar sobre este texto. Hay que recordar que la historia del pueblo de Israel empieza propiamente, más allá del abrahamismo o el noaquismo, con la huida de Egipto, con la Pascua que se celebra en estos días en nuestra civilización europea (aunque los cristianos no celebran propiamente la Pascua, la huida de Egipto y el Cruce del Mar Rojo, sino el cruce simbólico que supone la travesía de Jesucristo por la muerte y la resurrección). En aquél principio del judaísmo, el gobierno supremo lo ejercía Moisés, auxiliado litúrgicamente por Aarón y sus hijos, y por los jefes de las centenas y tribus. Con el texto del Deuteronomio estamos en un momento posterior, llegados a la Tierra Prometida, en el que se piensa que ya no basta el gobierno por los Jueces, sino que se introduce la monarquía. Como en todos los pueblos antiguos, ya sean caldeos o babilonios, egipcios o romanos, quizás con la sola excepción de los griegos, los israelitas recurren a la idea de que las leyes provienen de Dios, lo que refuerza extraordinariamente la autoridad de esas leyes y de los reyes que las usan. Sólo hay que recordar la imagen de Hammurabi, tal como nos ha llegado en la estela que contiene su código y que puede verse en el Museo del Louvre, o en su página web. En esa estela se muestra al rey Hammurabi recibiendo con sumisión ceremonial las leyes que le entrega el dios Samás.
Estado de Derecho
Cada acción tiene su reacción. La reacción de esta legitimación divina de la ley es que la misma queda situada fuera de la disposición del rey. ¿Con qué autoridad el rey habría de enmendar las leyes dictadas por el mismo Dios? El rey queda sometido a la ley al igual, y por la misma razón, que los súbditos. Es el principio del imperio de la ley, del Estado de Derecho, que siempre se ha tenido como un principio propio de la Modernidad (así lo he enseñado yo mismo durante años), cuando resulta ser un principio que es tan antiguo como la propia ley, que es, probablemente, inherente a ella.
La ley de los judíos, la ley de Yahvé, lo sabemos, había sido escrita en unas lápidas de piedra, las Tablas de la Ley, y estaba guardada en el Arca de la Alianza, ya que la ley era el contenido de la Alianza, del Contrato fundacional de Israel. El Arca estaba el Santa Sanctorum del Templo. Y en el Sancta Sanctorum sólo podía entrar una vez al año el Sumo Sacerdote; el Día de la Expiación, el Yom Kippur, y eso tras descalzarse y lavarse. La provisión del Deuteronomio 17, 18 era necesaria para que el rey pudiera leer la ley «todos los días de su vida», para guardarla y ponerla por obra.
Para el rey, los efectos inmediatos de su sumisión a la ley son dos; primero, en la bella expresión del Deuteronomio, que «no se eleve su corazón sobre el de sus hermanos». No es solo que del rey abajo todos queden en pie de igualdad; es que el propio rey es un igual. No se trata de una igualdad «real», como se ha dado en decir. Habrá quien sea más alto y quien más bajo, más despierto y de menos alcances, más guapo y más feo. La ley no puede corregir eso; la ley sólo puede nivelar la elevación de los corazones; ninguno podrá imponerse sobre otro porque, al estar sometidos todos a la misma ley, el rey quedará obligado a cumplir lo mismo que disponga para los demás, con lo que no hará a otro lo que no quisiera que a él le hicieran. Es la igualdad ante la ley, que el cristianismo, por obra de san Pablo, elevará de grado al revelar la igualdad de todos a los ojos de Dios en el seno del cuerpo místico de Cristo.
Imparcialidad
El segundo efecto inmediato para el rey de su sumisión a la ley es que no se apartará de ella «ni a diestra, ni a siniestra». La imparcialidad del gobernante, que es también un ingrediente básico del imperio de la ley o Estado de Derecho. La prohibición del sectarismo. Para que el rey quede sometido a la ley, se necesita un cuerpo eficaz de funcionarios que deban su puesto al mérito y la capacidad, no a su adscripción ideológica, partidista, sindical o familiar. Ese sería el Estado patrimonial, el Estado que se convierte en el patrimonio privado de determinados grupos.
Luego, el efecto mediato del sometimiento del rey a la ley: la prolongación de sus días en medio de su pueblo.
La exigencia del sometimiento del gobernante a la ley no es una peculiaridad del pueblo y el Dios de Israel. Cuenta Francis Fukuyama que, en la antigua India, los brahmanes tenían una autoridad moral propia, independiente del Estado y tan firme como la de éste. Ellos eran considerados los guardianes de la ley sagrada, anterior al gobierno, con lo que el poder de la autoridad política laica quedaba limitado. También Amartya Sen había encontrado trazas de los principios del imperio de la ley y de los derechos humanos en la antigua India. No podemos detenernos en por qué esos rudimentos no culminaron, como en Occidente, en el Estado y el Derecho modernos, pero sí es importante constatar que, de las tres grandes civilizaciones que han existido, en dos de ellas, la europea y la india, existe el imperio de la ley, de una forma o de otra. Sólo en la civilización china el poder del emperador es previo y está por encima de la ley. Sólo en la civilización china el poder del emperador es previo y está por encima de la ley. El gobernante tiene un poder ilimitado. Es como si cada rey que ascendiera al trono, en vez de tener como guía un volumen con la ley que encamine sus pasos, tuviera ante él un libro en blanco cuyas páginas el rey fuera rellenando con su arbitrio. Esto, sin duda, ha marcado el destino de los pueblos que han desarrollado su vida en la atmósfera de esas civilizaciones, y que los ha marcado con la etiqueta de «el despotismo oriental».
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