De desescaladas y nuevas normalidades
Cuando la imaginación no da para más, adjetivamos algún término cotidiano buscando refrescarlo de una aureola de modernidad
manuel villar argaiz
Domingo, 21 de junio 2020, 22:44
Parece imponerse la fatídica realidad de que todo aquello que no resulta novedoso al oído se tacha trasnochado y obsoleto. En ese afán, trabajan sin ... descanso las fábricas de opinión inventando palabras que, a base de repetirse hasta la saciedad, pretenden dar por bueno vocablos que no existen o que tienen un dudoso significado.
El trastorno del lenguaje puede ser divertido en la jergafasia de cómicos memorables como Antonio Ozores, quien arrancaba carcajadas por su forma de hablar absurda e ininteligible en el programa de televisión 'Un dos tres', pero resulta burlesco y fachoso cuando las palabras se utilizan de forma indolente y vacías de contenido. Es el caso del neologismo 'desescalada' cuyo significado, en caso de existir, habría de anteponerse al término escalada para referirse a bajar de alguna trepa a la que, para colmo, ni siquiera habríamos subido en nuestro largo confinamiento.
Ocurre que cada vez nos cuesta más alcanzar la sencillez. Cuando la imaginación no da para más, adjetivamos algún término cotidiano buscando refrescarlo de una aurora de modernidad. Ningún medio de comunicación se ha resistido a hablar de 'la nueva normalidad', como si de una época geológica comparable al mismo Antropoceno se tratase. Normalidad es uno de esos sustantivos que no acepta predicativos, lo que quiere decir que son elementos autosuficientes, que no precisan de otras palabras, ni tampoco se les puede aplicar la noción del tiempo. Así pues, no debemos conformarnos ni contentarnos con una 'nueva normalidad' que ni es nueva ni es normal. No es nueva por que no existe nada novedoso en la realidad que esta pandemia abre ante nosotros, salvo que nos distanciará, andaremos con mascarillas y nos lavaremos más a menudo. Tampoco es adecuado, y esto es lo más grave, hablar de una presunta normalidad que da por válido el estilo de vida y quimérico bienestar de antes de la pandemia.
¿Nada hemos aprendido en esta pandemia que lo único que nos preocupa es recuperar lo antes posible nuestras parsimoniosas vidas? Un minúsculo virus nos ha confinado y ha hecho que el mundo que conocemos se haya parado bruscamente. Durante el confinamiento nos han sorprendido las imágenes de zorros, jabalíes y lobos ocupando pueblos y ciudades, o de tiburones y ballenas aproximándose a las playas. ¿Ni siquiera nos ha dado tiempo para reflexionar a cerca de nuestro papel en la Tierra? ¿No será que la verdadera pandemia no son esos minúsculos virus sino nosotros mismos? ¿Estará la Tierra dándonos señales crecientes de un agotamiento que preferimos seguir ignorando? Las crisis sanitarias, climáticas y medioambientales se suceden con mayor intensidad y frecuencia. Muchos de los cambios que la ciencia predijo para el próximo siglo están aconteciendo en pocos años y, detrás de todos ellos, se encuentra la mano del hombre acaparando recursos y aniquilando al resto de especies a una velocidad centenares de veces mayor que la natural.
Los científicos que calculan lo que se conoce como huella ecológica dicen que para que la vida que llevamos fuera sostenible necesitaríamos de, al menos, dos planetas como el nuestro. Esto no significa que el nivel de vida de los más de 190 países de la Tierra sea el adecuado, sino que nuestras sociedades son insolidarias y que unos pocos países usurpan los recursos que la gran mayoría necesita para subsistir dignamente. Todavía estamos muy lejos de alcanzar un desarrollo sostenible que compatibilice nuestro modo de vida sin comprometer la subsistencia de las próximas generaciones. Además, el reto de la sostenibilidad se encuentra amenazado por los efectos asoladores del cambio global. El hombre se encuentra ante la encrucijada más crucial de su breve historia, enfrentado a un escenario de crecimiento poblacional y económico expansivo en un planeta finito y de recursos limitados. Esta inexorable realidad plantea que existen límites a nuestro crecimiento, unos límites planetarios que al excederse están poniendo en jaque la propia existencia de la especie humana.
Y ante este panorama, ¿Tiene sentido hablar de desarrollo sostenible? La realidad es que no sólo tiene sentido, sino que es la única salida posible para una humanidad que camina al borde del precipicio. En el llamamiento universal de los 17 objetivos de desarrollo sostenible de Naciones Unidas tenemos todo un camino por recorrer, pero necesitamos un cambio de rumbo. A todas luces, la distribución de riquezas y el desarrollo humano no es ni justo ni igualitario. Para conseguir equilibrar la sostenibilidad ambiental con el desarrollo económico y social, se necesita de la creatividad, el conocimiento y la tecnología de toda la sociedad. Aunque el fatalismo individual e ineptitud de muchos mandatarios no invita al optimismo, me resisto a pensar que no hemos aprendido nada de lo vivido. Arrinconemos la 'nueva normalidad' y convirtamos esta crisis en un tiempo propicio para aprender a vivir de forma generosa, respetuosa y reconciliadora con el resto de las especies y el medio ambiente. Cambiemos de rumbo haciendo propios consejos sabios como aquel de Federico Mayor Zaragoza cuando llamaba a «una nueva economía basada en reducir el gasto en armamento y en atender la producción de alimentos (agricultura, acuicultura, biotecnología), porque la calidad de vida depende de la nutrición, el agua, la salud, las fuentes energéticas, el respeto al medio ambiente, la educación, el transporte y la paz». Resistámonos a contentarnos con una 'nueva normalidad' que, repito, no es ni nueva y menos aún normal.
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