¿Demonizar?
La moda de las fiestas ilegales se ha extendido, no se vayan ustedes muy lejos, adultos que alquilan inmuebles para que la juventud baile, dinero al bolsillo y si te he visto no me acuerdo
Yolanda Cruz
Miércoles, 14 de julio 2021, 00:43
Pertenecer a esa franja de población que se encuentra entre los 16 y los 26 años no te convierte en un ente sin cerebro, hormonado ... y peleón, irremediablemente. Sin embargo, cuando ciertos acontecimientos, alguno de extrema gravedad, copan la actualidad y la responsabilidad de los mismo recae en jóvenes, a una no le queda otra que plantearse qué estamos haciendo mal. Y escribo «estamos» porque la responsabilidad social no es solo un hecho, es una obligación a la que se debe la ciudadanía madura y responsable que da vida a nuestro Estado de derecho.
¿El viaje de fin de estudios que ha supuesto un macrobrote en Mallorca significa que la juventud no piensa y es irresponsable? Pues claro que no, en el otro lado se encuentran numerosos chicos y chicas que conocen sus responsabilidades para consigo, para con su familia y para con la sociedad, que sí, que los hay. Pero, sin entrar en porcentajes que me ha sido posible contrastar, me temo que todo apunta a que la minoría no es la «ruidosa» si no todo lo contrario. Semanas en las que las fotos de las sábanas, colgadas en los balcones del hotel reclamando la «libertad», se alternaban en las cabeceras y titulares con las exigencias de «habeas corpus» presentadas por algunos progenitores. ¿Y en la opinión pública? Variedad. De un lado, columnistas y expertas profundizando en el síndrome de la «híper madre», que no padre, al parecer importado de USA: dícese de la progenitora que súper protege y lucha por evitar la frustración de sus vástagos a toda costa. De otro, padres y madres exigiendo la liberación de sus descendientes a través de diferentes cadenas de televisión.
Este pasado fin de semana, en una fiesta ilegal de 50 personas en Mallorca y gracias a una denuncia anónima, se detecta a una joven contagiada de covid que tenía que estar en su casa cumpliendo cuarentena. Su madre, también confinada por contacto directo, cuando la policía se presentó en el domicilio, dijo desconocer el paradero de su hija. Todos no son ruido, pero el ruido existe. La moda de las fiestas ilegales se ha extendido, no se vayan ustedes muy lejos, adultos que alquilan inmuebles para que la juventud baile, dinero al bolsillo y si te he visto no me acuerdo. Adultos que buscan la empatía para con los asistentes a las fiestas o a los botellones callejeros. «¡Pobres, es que son los que más han aguantado! ¡Llevan un año muy malo! ¡Se han quedado sin bandas, sin viaje, algo tienen que hacer!». Cansados estamos usted y yo también ¿verdad?
Cada cual es libre de educar a su prole como bien entienda, faltaría más. Pero algo estamos haciendo mal. La semana pasada se cerraba con la detención de tres jóvenes en la veintena, acusados, de momento, de homicidio, y de dos menores implicados todos en la muerte de Samuel Luiz. Matado a palos, asesinado por un grupo de personas antes la mirada de otras tantas cuya posible detención por omisión de ayuda se está estudiando. Manadas que violan, manadas que matan, la expansión del instinto brutal amparada en el grupo. De verdad, ¿qué estamos haciendo mal?
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